Page 33 - Las Chicas de alambre
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era tan pasajera como la anterior y la siguiente, para otros no era así. Yo me enamoré de
               Vania, y lo hice en serio. ¿Y qué pasó? Pues lo que pasó: que ni yo podía dejar lo mío ni
               ella lo suyo. Las modelos que antes te he dicho se casaron con sus roqueros cuando ya
               rondaban los treinta y sus carreras como tops estaban acabadas. Pero Vania tenía veinte
               años, se hallaba en la cumbre. Y yo, con mi segundo álbum...
               —¿Cómo era?
               —Era una pura energía —mirar hacia dentro le hizo brillar los ojos—. No por ser una
               loca, no parar, reír siempre o andar de un lado a otro, porque no era así. Me refiero a que
               era como la luz, te transmitía unos enormes deseos de protegerla, darle amparo, quererla,
               acariciarla. Ella daba energía a los demás, ¿entiendes? Sin embargo, en sí misma,
               necesitaba muy poca para vivir. Se movía despacio, hablaba poco. Aquella melancólica
               delgadez que la dominaba...

               —Pero ese aire enfermizo venía de su anorexia y de un posible consumo de drogas.
               —No tomaba drogas.
               —Nando —me acerqué a la mesa para ser más convincente—, no pretendo destruir su
               imagen ni su recuerdo, pero en aquel tiempo casi todas las modelos superdelgadas
               estaban en manos de la heroína. La consumían precisamente para potenciar no ya su
               delgadez, sino su estilo y su estética. Aún existen secuelas del Heroin chic look. Caras
               lánguidas, aspectos enfermizos, cuerpos esqueléticos —iba a recordarle que Jess Hunt
               murió de una sobredosis, y que Cyrille se contagió de sida por lo mismo, no por una
               causa sexual, pero no me dejó acabar.

               —Ella no las tomaba, al menos cuando estuvimos juntos.
               —Sólo fueron cinco meses.
               Bajó la cabeza. No creo que le doliera hablar de su antiguo amor. Le dolía que pudiera
               manchársela.
               Como muchos otros, como yo, sin haberla conocido jamás, seguía bajo el hechizo de su
               imagen y de su recuerdo.
               —Te diré algo —confesó mirándome de nuevo—. Ya entonces tuve que competir con
               alguien, no con las drogas, sino alguien que ejercía sobre Vania una influencia muy
               fuerte.
               —¿Quién?

               —Jess Hunt y Cyrille.
               —Eran sus amigas, claro.
               —Eran más que amigas. Habían formado una especie de familia o sociedad. No sólo las
               contrataban siempre a las tres juntas, las famosas Wire-girls, también se protegían unas a
               otras. Se querían. Se necesitaban. Se tenían. Y es lógico que fuese así: Vania era hija
               ilegítima, tenía un padre que no quería saber nada de ella y dos hermanastros que ni
               conocía. Además, su madre murió poco antes, así que estaba sola. Sola con su criada, que
               le hacía ya de madre tanto como de secretaria o asistente. Cyrille, otro tanto, sin ninguna
               raíz, y con un pasado tenebroso, como ya sabes. Y Jess Hunt, pese a tener padres y una
               hermana... ya me dirás. Con aquel fanatismo religioso, estaba atrapada en un círculo,
               hasta que pudo salirse de él gracias a su trabajo y su éxito. Por todo ello y mucho más, las
               tres eran como una sola.
               —¿Me estás diciendo que había algo entre ellas?
               —No eran lesbianas, si es a lo que te refieres. Te hablo de algo mucho más intenso,


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