Page 32 - Las Chicas de alambre
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Me escrutó con ojos perspicaces, supongo que calibrando todo lo que se escondía detrás
               de mis palabras y mi interés, y decidiendo si valía la pena que los dos perdiéramos el
               tiempo.
               —Vania... —suspiró.
               —Vamos a publicar un reportaje con motivo del décimo aniversario de todo aquello.

               —¿Sabes dónde está?
               —Ésa es la pregunta clave. Imaginaba que tal vez...
               —Diez años —plegó los labios hacia abajo—. Después de lo de Cyrille y Jess... Pensé
               que estaría en cualquier parte, y que volvería un día u otro, hasta que me di cuenta de que
               habían pasado dos, tres años, y ella seguía sin dar señales de vida. Ahora...
               —¿Te importa que hablemos de ella?
               —No, claro.

               Fue tan fácil que casi me pilló de improviso.
               —Aunque tampoco hay mucho que contar —me aclaró—. Todo sucedió muy rápido.
               Era curioso. Habría querido matar a Tomás Fernández por haber estado con una mujer a
               la que había amado siendo adolescente y, en cambio, respetaba y admiraba a Nando
               Iturralde, cuando también había estado con ella.
               —Os enamorasteis de una forma típica, ¿verdad?
               —Y tanto —sonrió—. ¿De qué otra forma pueden enamorarse un cantante y una modelo
               que se encuentran una noche y que, después, a lo peor ya no vuelven a cruzar sus
               destinos? Lo normal era eso: conocerse, mirarse, saber lo que iba a pasar, y ya no hacerle
               ascos. La gente normal no lo entiende, creen que es puro sexo y que los famosos están
               locos. Pero no es así. Muchas personas se conocen hoy, se miran, y saben positivamente
               que va a pasar algo, mañana, pasado, la semana próxima. Pero viven en la misma ciudad,
               tendrán una o dos citas tranquilas, y se lo pueden tomar con calma. Lo saben, pero
               esperan. Las estrellas, del género que sean, no tenemos porque fingir, y tampoco tenemos
               tiempo que perder. Si va a pasar, va a pasar. Así que eso fue lo que sucedió: nos
               conocimos en aquella gala, nos escapamos juntos al terminar, y aquella misma noche nos
               amamos como si fuera...
               Le brillaban los ojos. Tuve envidia, pero también respeto.
               —¿Por qué no os casasteis?

               —Bueno, fue electrizante, pero... No tienes más que mirar los papeles de la época. Hubo
               mucha publicidad. No nos dejaron en paz. Así que fue muy difícil. Yo estaba en plena
               gira por España, y ella en pleno trabajo por todo el mundo. Teníamos que vernos en
               París, en Milán o en Nueva York tanto como en Oviedo, Vigo o Zaragoza. Una locura.
               No habría salido bien.
               —¿La diferencia de edad?

               —No, no fue eso. Yo tenía treinta y ella veinte, sí, ¿y qué? Todo estaba en contra nuestra.
               Además, la leyenda de las modelos y los roqueros parecía... Desde los años ochenta ha
               sido como una plaga: Simón LeBon de Duran Duran y Yasmine, Mick Jagger de los
               Rollings con Jerry Hall, Rod Stewart con Rachel Hunter, David Bowie con Imán, el bajo
               de U2 con la Campbell, y así una docena más. Era como si los músicos buscáramos el
               escaparate de las bellas, y las bellas, la fantasía extrema del universo roquero. Nadie
               entendía que era lógico que unos y otras nos encontráramos. ¡Éramos nómadas del
               mundo del espectáculo! Lo malo es que mientras para muchos y muchas cada relación

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