Page 26 - Las Chicas de alambre
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de Cyrille y de Jess Hunt, el juicio... Iré primero a París para hablar con la mujer de Jean
               Claude Pleyel y con el que se trajo a Cyrille a Europa. De París saltaré a Nueva York,
               para ver al ex marido de Vania. Después, Los Ángeles, a por los padres de Jess Hunt, y a
               San Francisco, a por los padres de Nicky Harvey. Con eso terminaré por allí.
               —No está mal —bromeó mi madre—. ¿No hay ningún testigo en Hawai?
               —No, pero puedo preguntar, o hacer una escala técnica.

               —Jonatan...
               Me conocía, sabía que no dilapidaría nunca una peseta —o un dólar— sin motivo alguno.
               De cualquier forma era un buen periplo. Casi excesivo por un reportaje de alguien de
               quien no se sabía nada desde hacía tantos años y que, por tanto, podía escribir en casa,
               cómodamente sentado, extrayendo los datos de cuanto se escribió una década antes.

               Aunque el quid no era ése.
               —¿Todavía tenemos las mismas vibraciones, verdad, Jon?
               —Sí, mamá. Por mi parte, sí. Vania no puede estar muerta.
               —¿Lo crees o lo deseas?

               Era más lista que el hambre.
               —Lo deseo, pero también lo creo. Si no, no perdería el tiempo.
               —Claro, con lo que a ti te molesta volar.
               Me encantaban los aviones, viajar, moverme. Por eso soy periodista.

               —Ya sabes a qué me refiero.
               —Sí, lo sé —suspiró ella, a través del hilo telefónico, posiblemente cansada tras un duro
               día de trabajo que aún no había terminado—. Pero me pregunto dónde puede estar
               alguien como ella.
               —París, Londres, Roma, Nueva York...
               —Justamente ahí es donde no la ubico.
               —¿Por qué?
               —¿Alguien que quiere desaparecer, se va a ir a un lugar donde, por millones de personas
               que haya, siempre será mucho más fácil que se le reconozca?

               Bingo.
               —¿Adonde irías tú? —le pregunté.
               —¿Yo? A la Polinesia, desde luego. Un cocotero, una playa azul. ¿Que más puedo pedir?
               —O sea, que por más que lo intente, no voy a dar con ella.

               —Yo no he dicho eso. Tú eres bueno.
               —Pero nos saldría mucho más barato contratar a un detective.
               —No   —mamá   se   puso   reflexiva—.   Hay   que   situarse   en   el   punto   en   que   Vania
               desaparece. ¿Qué pasó? Por un lado, la muerte de sus dos mejores amigas, dolor para
               empezar y soledad para terminar; por otro, el juicio por el asesinato de Pleyel, que la
               enfrentó a la opinión pública, la situó en el ojo del huracán y acabó de destrozarla
               anímicamente; en tercer lugar, el peligro que suponía su anorexia. Una clínica, de la que
               se dijo salió recuperada y en proceso de normalización, y luego... Tiene todos los
               ingredientes para hacer lo que hizo: colgar los hábitos y largarse al último rincón del
               mundo. Pero también pudo ser que no superara la anorexia y acabara muriéndose en
               cualquier parte, en secreto o sin documentos. Y aunque los tuviera, no olvides que en


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