Page 40 - De Victoria para Alejandro
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 nueva inclinación y siguió a Miriam a través de una   me parezco a la madre de mi padre -hizo un gesto
 escalera hasta el piso de arriba.  Entraron en una   de impotencia-. ¡Qué le voy a hacer!
 habitación con dos camas y Victoria comprendió   -¿Te habló el abuelo Ismail de nosotros?
 que era la habitación de su prima.   -Poco.  Me hablaba mucho de mi madre.
 Miriam señaló.   De lo hermosa y lo alegre que era. De lo enamora­
 -Ésta  es  tu  cama.  Tu  criada  subirá  tus  da que estaba cuando se casó, de lo feliz que había
 cosas, ¿no? Estoy deseando ver tus trajes.   sido en Roma, de su dicha cuando yo nací.
 Victoria miró alrededor; además de las ca­  Miriam volvió a reír.
 mas  había  un  espejo  y  una  mesita  con peines  y   -Tenemos  mucho  que  hablar.  Necesitas
 cepillos de marfil y cajitas para las pinturas y supo   saber un poco de historia familiar. Así entenderás
 que,  aunque todo  era muy distinto  de Roma,  su   mejor lo que pasa. Y no te disgustarás con las cosas
 prima tenía lujos que demostraban bienestar.   de  la  abuela.  ¿Ha sido muy desagradable el viaje
 -Lamento invadir tu habitación.  con el tío José? ¡Es tan severo!
 Miriam rió.
 -¡Qué  va!  ¡Con  los  deseos  que  tenía  de  Había cerrado la noche y el calor remitía
 conocer a mi prima de Roma! Me tienes que contar   poco a poco. Los hombres, tras la cena, fueron a
 muchas cosas de la ciudad y de las modas -tocó   sentarse en los almohadones de la gran sala, mien­
 apreciativamente la túnica de Victoria-. ¿En Roma   tras bebían el vino enfriado con nieve y hablaban
 se lleva  el pelo  rizado? Aquí tienes  que ponerte el   de la situación política. A Victoria le hubiese gus­
 manto oscuro para todo. ¿Tú no te maquillas?   tado conocer mejor a sus primos y a su tío, pero
 -No; en Roma, algunas chicas sí lo hacen,  las  mujeres  no  comieron  hasta  que  los  hombres
 pero  no me gusta.  Creo  que  es  cosa  de mµjeres   terminaron la cena de pescado adobado, verdura y
 mayores.   fruta.  Luego,  en la cocina,  las  criadas lavaron la
 Miriam se  sentó  de golpe  en  una  de  las   vajilla,  mientras  la  abuela  daba  cabezadas  en  su
 camas y cruzó las piernas debajo de su cuerpo. Era   asiento del patio y las otras mujeres contaban chis­
 una niña morena de ojos alegres.   mes de los vecinos.
 -Estás muy seria. ¿Te has disgustado por  Miriam tomó una de las lámparas de acei­
 lo de la abuela?   te, se inclinó ante su madre y dijo:
 -No; ya sé que no me parezco a mi madre.  -Victoria  está  cansada,  madre.  Nos  va­
 Todos lo dicen y todos se desilusionan.  Creo que   mos a acostar.
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