Page 37 - De Victoria para Alejandro
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                 Luego,  estarán  sus  hijos  y  los  criados.  El tío Si­  la de tu tío José, que deseaba mucho conocerte. Y
                 meón  es  el  hermano  mayor  y  ha  gobernado  las       -señaló a una niña, morena y espigada- ésta es mi
                 tierras  y  los  rebaños  del  abuelo  desde  que  éste   hija Miriam.
                 abandonó Jerusalén para seguir al apóstol Pablo.                  Victoria  hizo  una  inclinación  de  cabeza
                         -¿Podré cuidar de ti, verdad, niña?               como le habían enseñado sus maestros, pero pron­
                         -No lo sé, Prisca.  No sé si las costumbres       to se sintió estrujada por los brazos de las mujeres.
                 judías  permiten  criados personales.  Tengo  ganas       La anciana Ana tenía el pelo blanco y la cara cu­
                 de conocerlos. Son mi familia también.                    bierta de arrugas finas como el resquebrajarse del
                         -Recuerda  que  eres romana,  niña,  y  no        barro; la sentó a su lado, tomó sus manos entre las
                 dejes que estos  orgullosos judíos te dominen y te        suyas, le retiró el manto y la contempló fijamente
                 encierren.  O  yo  tendré  que  tomar  mis  medidas       hasta que el color subió a sus mejillas y se sintió
                 para  que  nos  devuelvan  a  Roma,  ya  que  tú  no      incómoda.
                 quieres hacer nada.                                               -¿A quién te pareces,  hija?  ¡Tan blanca,
                         Victoria todavía reía ante los temores de         con esos ojos! ¡Son como los de los bichos! ¡Y ese
                 Prisca  cuando  la  comitiva  se  detuvo  delante  del    pelo! Tu madre tenía el pelo oscuro y brillante con
                 portón de una gran casa y allí el tío José golpeó con     reflejos rojos. Cuando se lo peinaba por la noche
                 decisión la aldaba. Abrió un criado que, al recono­      saltaban chispas. Y tu padre  ... sólo le vi una vez,
                 cer al que llamaba, se deshizo en reverencias mien­       cuando vino a los desposorios con tu madre, pero  ...
                 tras abría las grandes puertas de par en par para        -movió la cabeza y Victoria evocó la alta figura de
                 que entrara la comitiva de los recién llegados.          su padre,  sus oscuros ojos parecidos a los de un
                         En el patio,  cuadrado y bastante grande,        águila y su pelo entrecano, y se sintió irremediable­
                 con una fuente en un ángulo, aguardaba un h9m­           mente fea. Y  a era una sensación conocida, pero le
                 bre bajo y moreno, parecido al tío José, pero lige­      hubiese gustado agradar a la familia de su madre.
                 ramente calvo que los saludó con alegría:                        La  mujer  del  tío  Simeón  intervino  en  la
                         -Bienvenido,  hermano.  ¿Ésta  es  nuestra       conversación.
                 sobrina? ¡Ya teníamos deseos de conocerte!                        -Deja, madre. Victoria es todavía muy jo­
                         Se dirigió a un grupo de mujeres vestidas        ven  y  no  se  pueden  apreciar  parecidos.  Estarás
                 de oscuro que estaban detrás de él.                      cansada. Miriam te llevará a tu habitación y podrás
                         -Ésta es mi esposa,  tu tía Juana. Y aquí        lavarte y dormir un rato hasta la hora de la cena.
                 tienes a Ana, la mujer de tu abuelo y mi madre y                  Victoria se desasió de la anciana con una
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