Page 35 - De Victoria para Alejandro
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,,                   Cuatro                   ..


















                                                                                   Jerusalén  brillaba  blanca  y  dorada.  Los
                                                                          muros del templo refulgían como si fuesen de oro;
                                                                          un indefinible olor a polvo,  calor y a rebaños de
                                                                          ovejas, mezclado con el aroma de las plantas flore­
                                                                          cidas en los jardines y en los huertos parecía sobre­
                                                                          pasar la ciudad, que no estaba muy limpia. A Vic­
                                                                          toria le resultaron pequeñas y estrechas las calles
                                                                          que  trepaban  hacia  las  colinas  que  formaban  la
                                                                          parte más antigua de la ciudad.
                                                                                  No tuvo tiempo de contemplar nada más.
                                                                          Envuelta en su manto oscuro, como había manda­
                                                                          do el tío José, y escondida con su criada en el carro
                                                                          cubierto, apenas pudo atisbar algo por las cortinas.
                                                                          En la boca del estómago sentía temor al encuentro
                                                                          con  el  resto  de  su  familia  a  la  que  no  conocía.
                                                                                   La anciana Prisca preguntó:
                                                                                  -¿Con quién nos vamos a encontrar, niña?
                                                                                  -Vamos a casa del hermano del tío José,
                                                                          mi  tío  Simeón.  Los  dos  eran  hijos  del  abuelo  y
                                                                          hermanastros de mi madre. Son hijos de la abuela
                                                                          Ana,  la  segunda  mujer  del  abuelo.  Creo  que  la
                                                                          anciana Ana vive todavía en casa del tío Simeón.
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