Page 19 - De Victoria para Alejandro
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                                                                                                      Dos
                                                                               �










                                                                                        El puerto de  Rodas se desdibujaba en el
                                                                                horizonte. Los golpes del cómitre marcaban el rit­
                                                                                mo de los remos y toda la nave vibraba a compás.
                                                                                Poco a poco se alejaron las siluetas de los peque­
                                                                                ños  barcos  de  pesca  y  el  mar  se  abrió  verde  y
                                                                                ancho, con blancas ráfagas de espuma en la proa.
                                                                                        El viento comenzó a henchir las velas y el
                                                                                capitán  dio  las  órdenes  para  aprovecharlo  y
                                                                                ahorrar fuerzas de los remeros.
                                                                                        Victoria, cerca de la proa, bien envuelta en
                                                                                su manto, pero que era de un tejido tan fino que
                                                                                traslucía su figura delgada, observaba atentamente
                                                                                la maniobra. Pensaba en Alejandro. Le sentía a su
                                                                                lado;  en  su  interior  mantenía  una  conversación
                                                                                constante con él que luego apenas plasmaba en las
                                                                               cartas. Le había conocido en las celebraciones del
                                                                                domingo.  Los cristianos se reunían en casa de un
                                                                                comerciante de joyas llamado Pompilio. Alejandro
                                                                                era el esclavo encargado de la administración de la
                                                                                casa; un joven griego, inteligente, de rizos oscuros
                                                                                y ojos negros y brillantes. Pompilio confiaba total­
                                                                                mente en él a pesar de su juventud y los cristianos
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