Page 99 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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el viento de fuego recibido un mes entero del norte, la gente se   perfecto círculo de sangre. Y mientras el viento cesaba por com­
 resignó a una desastrosa sequfa.   pleto y, en el aire aún abrasado, Yaguaí arrastraba por la meseta su
                                                              .
 El foxterrier vivió desde entonces sentado bajo su naran­  diminuta mancha blanca; las palmeras negras, recortándose m­
 jo, porque cuando el calor traspasa cierto límite razonable, los   móviles sobre el río cuajado en rubí, infundían en el paisaje una
 perros no respiran bien echados. Con la lengua afuera y los   sensación de lujosos y sombríos oasis.
 ojos entornados, asistió a la muerte progresiva de cuanto era   Los días se sucedían iguales. El pozo del foxterrier se secó, y
 brotación primaveral.  La huerta se perdió rápidamente. El   las asperezas de la vida, que hasta entonces evitaran a Yaguaí,
 maizal pas·ó del verde claro a una blancura amarillenta, y a   comenzaron para él esa misma tarde.
 fines de noviembre sólo quedaban de él columnitas truncas   Desde tiempo atrás, el perrito blanco había sido muy soli­
 sobre la negrura desolada del rozado. La mandioca, heroica   citado por un amigo de Cooper, hombre de selva, cuyos muchos
 entre todas, resitfa bien.   ratos perdidos se pasaban en el monte tras los tatetos. Tenía tres
 El pozo del foxterrier-agotada su fuente- perdió día   perros magníficos para esta caza, aunque muy inclinados a ras­
 tras día su agua verdosa, y ahora tan caliente, que Y aguaí no   trear coatís, lo que envolviendo una pérdida de tiempo para el
 iba a él sino de mañana, si bien hallaba rastros de apereás,   cazador constituye también la posibilidad de un desastre, pues la
 agutíes y hurones, que la sequía del monte forzaba hasta el   dentellada de un coatí  degüella  fundamentalmente al perro que no
 pozo.    supo cogerlo.
 En vuelta de su baño,  el perro se sentaba de nuevo,   Fragoso, habiendo visto un día trabajar al foxterrier en un
 viendo aumentar poco a poco el viento, mientras el termóme­  asunto de irara, a la que Yaguaí fo_rzó a estarse definitivamente
 tro, refrescado a quince al amanecer, llegaba a cuarenta y uno   quieta, dedujo que un perrito que tenía ese talento especial para
 a las dos ·de la tarde. La sequedad del aire llevaba a beber al   morder justamente entre cruz y pescuezo, no era un perro cual­
 fÓxterrier cada media hora,de_biendo entonces luchar con las
 avispas y abejas, que invadían los baldes, muertas de sed. Las   quiera, por más corta que tuviera la cola. Por lo que instó repeti­
 gallinas, con las alas en tierra, jadeaban tendidas a lá triple   das veces a Cooper a que le prestara a Yaguaí.
              -Yo te lo voy a enseñar bien a usted, patrón -le decía.
 sombra de los bananos, la glorieta y la enredadera de flor roja,
 sin atreverse a dar un paso sobre la arena abrasada y bajo un   -Tiene tiempo -respondía Cooper.
              Pero en  esos  días abrumadores -la visita de Fragoso ha­
 sol que mataba instantáneamente a !as hormigas rubias.   biendo avivado el recuerdo del pedido-,  Cooper le entregó su
 Alrededor, cuanto abarcaban los ojos del foxterrier: los
 bloques de hierro, el pedregullo volcánico, el monte mismo,   perro a fin de que le enseñara a correr.   .
 danzaba mareado de calor.  Al oeste, en el fondo del valle   Yaguaí corrió, sin duda, mucho más de lo que hubiera desea­
 boscoso, hundido en la depresión de la doble sierra, el Paraná   do el mismo Cooper.
              Fragoso vivía en la  margen  izquierda del Yabebirí,  y
 yacía, muerto a esa hora  en su  agua de cinc, esperando la  caída
 de la tarde para revivir. La atmósfera, entonces ligeramente   había plantado en octubre un mandioca!  que no producía aún,
 ahumada hasta esa hora, se velaba  al horizonte  en denso vapor,   y media hectárea de maíz y porotos, totalmente perdida por la
 tras el cual el sol, cayendo sobre el río, sosteníase asfixiado en   seca.  Esto  último,  específico  para  el  cazador,  tenía  para


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