Page 96 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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no había logrado otra ocupación a las siestas bravas. Esta vez               Precisamente esa  misma tarde un peón se quejó a Cooper
          rastreó cuatro lagartijas de las pocas que quedaban ya; cazó            de los  venados  que estaban concluyendo  con  los porotos.
          tres, perdió una, y se fue entonces a bañar.                            Pedía  escopeta, porque aunque él tenía un buen perro, no podía
               A cien metros de la casa, en la base de la meseta y a              sino a veces alcanzar a los venados de un palo  ...
          orillas del bananal, existía un pozo en piedra viva, de factura              Cooper prestó la escopeta, y aun propuso ir esa noche al
          y forma originales, pues siendo comenzado a dinamita por un             rozado.
          profesional,  habíalo  concluido un  aficionado  con  pala de                -No hay luna -objetó el peón.
          punta. Verdad es que no medía sino dos metros de hondura,                    -No importa. Suelte el perro y veremos si el mío lo
          tendiéndose en larga escarpa por un lado, a modo de tajamar.            sigue.
          Su fuente, bien que superficial, resistía a secas de dos meses,              Esa noche fueron al plantío. El peón soltó a su perro, y
          lo que es bien meritorio en Misiones.                                   el animal se lanzó enseguida en las tinieblas del monte, en
               Allí se bañaba el foxterrier: primero la lengua, después           busca de un rastro.
          el vientre sentado en el agua, para concluir con una travesía a              Al ver partir a su compañero, Yaguaí intentó en vano
          nado. Volvía a la casa, siempre que algún rastro no se atrave­          forzar la barrera de caraguatá. Logrólo al fin, y siguió la pista
          sara en su camino. Al caer el sol, tomaba al pozo. De aquí que          del otro. Pero a los dos minutos regresaba, muy contento de
          Yaguaí sufriera vagamente de pulgas y con bastante facilidad,           aquella escapatoria nocturna. Eso sí, no quedó agujerito sin
          el calor tropical para el que su raza no había sido creada.             olfatear en diez metros a la redonda.
              El instinto combativo del foxterrier se manifestó nor­                   Pero cazar tras el rastro, en el monte, a un galope que
          malmente contra las hojas secas; subió luego a las mariposas            puede durar muy bien desde la madrugada hasta las tres de la
          y  su  sombra,  y  se  fijó  por  fin  en  las  lagartijas.  Aun  en    tarde, eso no: El perro del peón halló una pista, muy lejos, que
          noviembre, cuando tenía ya en jaque a todas las ratas de la             perdió enseguida. Una hora después volvía a su amo, y todos
          casa, su gran encanto eran los saurios. Los peones que por a o          juntos regresaron a la casa:
          b llegaban a la siesta, admiraron siempre la obstinación del                 La prueba, si no concluyente, desanimó a Cooper. Se
          perro, resoplando en cuevitas bajo un sol de fuego; si bien la          olvidó luego de ello, mientras el foxterrier continuaba cazan­
          admiración de aquéllos no pasaba del cuadro de caza.                    do ratas, algún lagarto o zorro en su cueva y lagartijas.
              -Eso -dijo uno un día, señalando al perro con una
          vuelta de cabeza- no sirve más que par� bichitos  ...                        Entretanto,  los  días  se  sucedían  unos  a  otros,
              El dueño de Y  aguaí lo oyó:                                        enceguecientes, pesados, en una obstinación de viento norte
              -Tal vez -repuso-;  pero ninguno de los famosos                     que doblaba las verduras en lacios colgajos, bajo el blando
         perros de ustedes sería capaz de hacer lo que hace éste.                 cielo de los mediodías tórridos. El termómetro se mantenía
              Los hombres se sonrieron sin contestar.                             entre treinta y cinco y cuarenta, sin la más remota esperanza
              Cooper, sin embargo, conocía bien a los perros de monte             de lluvia.  Durante cuatro días,  el tiempo se cargó,  con as­
         y su maravillosa aptitud para  la caza a la carrera, que su foxterrier   fixiante calma y aumento de calor. Y cuando se perdió al fin
         ignoraba. ¿Enseñarle? Acaso; pero él no tenía cómo hacerlo.              la esperanza de que el sur devolviera en torrentes de agua todo

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