Page 101 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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Yaguaí muy poca importancia, trastornándole en cambio la
 nueva alimentación. Él, que en casa de Cooper coleaba ante la   el gusto de las guáscas ensebadas, de los zapatones untados de
 mandioca simplemente cocida, para no quebrar del todo con   grasa, del hollín pegoteado de una olla y, alguna vez, � e la
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 la cocinera, conoció la angustia de los ojos brillantes y fijos en   miel recogida y guardada de un trozo de tacu a. Adqumó la
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 el amo que come, para concluir lamiendo el plato que sus tres   prudenci necesaria para apartarse del  aromo cuando un
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 compañeros habían  pulido  ya,  esperando  ansiosamente  el   pasajero avanzaba, siguiéndolo con los OJOS, a achado en re
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 puñado de maíz sancochado que les daban cada día.   el pasto. y a fines de enero, de la mirada encendida, las or Jas
 Los tres perros salían de noche a cazar por su cuenta,   finnes sobre los ojos y el rabo alto y provocador del foxterrier,
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 maniobra  esta  que  entraba  en  el  sistema  educacional  del   no quedaba sino un esqueletillo sarnoso, de oreja echadas
 cazador; pero el hambre, que llevaba a aquéllos naturalmente   atrás y rabo hundido y traicionero, que trotaba furtivamente
 al monte a rastrear para comer, inmovilizaba al foxterrier en el   por los caminos.
 rancho, único lugar del mundo donde podía hallar comida. Los   La sequía continuaba, entretanto; el monte quedó  P?Cº
 perros que no devoran la caza, serán siempre malos cazadores;   a poco desierto, pues los animales se concentraban en los hilos
 y justamente la raza que pertenecía a Y aguaí caza desde su   de  agua  que habían sido grandes arroyos. Los tres perros
 creación por simple sport.   forzaban la distancia que los separaba del abrevadero de las
 Fragoso intentó algún aprendizaje con el foxterrier. Pero   bestias con éxito mediano, pues siendo aquél muy frecuentado
 siendo  Yaguaí  mucho  más  perjudicial  que  útil  al  trabajo   a su vez por los yaguareteí, la caza menor tomábase descon­
 desenvuelto  de  sus  perros,  lo  relegó desde entonces  en  el   fiada. Fragoso, preocupado con la ruina del rozado y  con
 rancho, a espera de mejores tiempos para esa enseñanza.   nuevos disgustos con el propietario de la tierra, no tenía humor
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 Entretanto, la mandioca del año anterior comenzaba a   para cazar, ni aun por hambre. Y la situación aumen aba a í
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 concluirse; las últimas espigas de maíz rodaron por el suelo,   tornarse muy crítica, cuando una circum¡tanc1a fortuita traJo
 blancas y sin un grano, y el hambre, ya dura para los tres   un poco de ·aliento a la lamentable jauría.
 perros  nacidos  con  ella, royó las  entrañas  de  Yaguaí. En   Fragoso debió ir a San Ignacio, y los cuatro perros, que
 aquella nueva vida, el foxterrier había adquirido con pasmosa   fueron con él, sintieron en sus narices dilatadas una impresión
 rapidez el aspecto humillado, servil y traicionero de los perros   de frescura vegetal -vaguísima,  si  se  quiere-,  pero que
 del  país.  Aprendió entonces a merodear de noche por los   acusaba un poco de vida en aquel infierno de calor y seca. En
 ranchos vecinos, avanzando con cautela, las piernas dobladas   efecto, San Ignacio había s�do menos azotado, res ltas de lo
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 y  elásticas,  hundiéndose lentamente al pie de una mata de   cual algunos maizales, aunque miserabl s, se sostema en pie.
 espartillo al menor rumor hostil. Aprendió a no ladrar por más   No comieron los perros ese día; pero al regresar Jadean­
 furor o miedo que tuviera, y a gruñir de un modo particular­  do detrás del caballo, probaron en su memoria aquella sensa­
 mente sordo cuando el cuzco de un rancho defendía a éste del   ción de frescura. Y a la noche siguiente salían juntos en mudo
 pillaje. Aprendió a visitar los gallineros, a separar dos platos   trote hacia San Ignacio. En la orilla del Yabebirí se detuvieron
 encimados con el hocico, y a llevarse en la boca una lata con   oliendo el agua y levantando el hocico trémulo a la otra costa.
 grasa, a fin de vaciarla en la impunidad del pajonal. Conoció   La luna salía entonces, con su amarillenta luz de menguante.
            Los perros avanzaron cautelosamente sobre el río a flor de

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