Page 98 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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el viento de fuego recibido un mes entero del norte, la gente se      perfecto círculo de sangre. Y mientras el viento cesaba por com­
          resignó a una desastrosa sequfa.                                      pleto y, en el aire aún abrasado, Yaguaí arrastraba por la meseta su
                                                                                                                                    .
               El foxterrier vivió desde entonces sentado bajo su naran­        diminuta mancha blanca; las palmeras negras, recortándose m­
          jo, porque cuando el calor traspasa cierto límite razonable, los      móviles sobre el río cuajado en rubí, infundían en el paisaje una
          perros no respiran bien echados. Con la lengua afuera y los           sensación de lujosos y sombríos oasis.
          ojos entornados, asistió a la muerte progresiva de cuanto era             Los días se sucedían iguales. El pozo del foxterrier se secó, y
          brotación primaveral.  La huerta se perdió rápidamente. El            las asperezas de la vida, que hasta entonces evitaran a Yaguaí,
          maizal pas·ó del verde claro a una blancura amarillenta, y a          comenzaron para él esa misma tarde.
          fines de noviembre sólo quedaban de él columnitas truncas                   Desde tiempo atrás, el perrito blanco había sido muy soli­
          sobre la negrura desolada del rozado. La mandioca, heroica            citado por un amigo de Cooper, hombre de selva, cuyos muchos
          entre todas, resitfa bien.                                            ratos perdidos se pasaban en el monte tras los tatetos. Tenía tres
              El pozo del foxterrier-agotada su fuente- perdió día              perros magníficos para esta caza, aunque muy inclinados a ras­
          tras día su agua verdosa, y ahora tan caliente, que Y aguaí no        trear coatís, lo que envolviendo una pérdida de tiempo para el
          iba a él sino de mañana, si bien hallaba rastros de apereás,          cazador constituye también la posibilidad de un desastre, pues la
          agutíes y hurones, que la sequía del monte forzaba hasta el           dentellada de un coatí  degüella  fundamentalmente al perro que no
          pozo.                                                                 supo cogerlo.
              En vuelta de su baño,  el perro se sentaba de nuevo,                  Fragoso, habiendo visto un día trabajar al foxterrier en un
          viendo aumentar poco a poco el viento, mientras el termóme­           asunto de irara, a la que Yaguaí fo_rzó a estarse definitivamente
          tro, refrescado a quince al amanecer, llegaba a cuarenta y uno        quieta, dedujo que un perrito que tenía ese talento especial para
          a las dos ·de la tarde. La sequedad del aire llevaba a beber al
         fÓxterrier cada media hora,de_biendo entonces luchar con las           morder justamente entre cruz y pescuezo, no era un perro cual­
         avispas y abejas, que invadían los baldes, muertas de sed. Las         quiera, por más corta que tuviera la cola. Por lo que instó repeti­
         gallinas, con las alas en tierra, jadeaban tendidas a lá triple        das veces a Cooper a que le prestara a Yaguaí.
                                                                                    -Yo te lo voy a enseñar bien a usted, patrón -le decía.
         sombra de los bananos, la glorieta y la enredadera de flor roja,           -Tiene tiempo -respondía Cooper.
         sin atreverse a dar un paso sobre la arena abrasada y bajo un
                                                                                    Pero en  esos  días abrumadores -la visita de Fragoso ha­
         sol que mataba instantáneamente a !as hormigas rubias.                 biendo avivado el recuerdo del pedido-,  Cooper le entregó su
              Alrededor, cuanto abarcaban los ojos del foxterrier: los
         bloques de hierro, el pedregullo volcánico, el monte mismo,            perro a fin de que le enseñara a correr.     .
         danzaba mareado de calor.  Al oeste, en el fondo del valle                 Yaguaí corrió, sin duda, mucho más de lo que hubiera desea­
         boscoso, hundido en la depresión de la doble sierra, el Paraná         do el mismo Cooper.
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         yacía, muerto a esa hora  en su  agua de cinc, esperando la  caída
         de la tarde para revivir. La atmósfera, entonces ligeramente           había plantado en octubre un mandioca!  que no producía aún,
         ahumada hasta esa hora, se velaba  al horizonte  en denso vapor,       y media hectárea de maíz y porotos, totalmente perdida por la
         tras el cual el sol, cayendo sobre el río, sosteníase asfixiado en     seca.  Esto  último,  específico  para  el  cazador,  tenía  para


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