Page 103 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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piedra, saltando aquí, nadando allá, en un paso que en agua   mordido. Fragoso mató esa misma noche a cuatro ratas que
 nonnal no da fondo a tres metros.   asaltaban su lata de grasa.
 Sin sacudirse casi, reanudaron el trote silencioso y tenaz   Yaguaí no estaba allí. Pero a la noche siguiente, él y sus
 hacia el ffi#izal más cercano. Allí, el foxterrier vio cómo sus   compañeros se internaban en el monte ( aunque el foxterrierno
 compaiieros quebraban los tallos con los dientes, devorando   corría tras el rastro, sabía perfectamente desenfundar tatús y
 con secos mordiscos, que entraban hasta el marlo, las espigas   hallar nidos de urúes ), cuando Yaguaí se sorprendió del rodeo
 en choclo .. Hizo él lo mismo; y durante una hora, en el negro   que efectuaban sus  compaiieros para no cruzar el rozado.
 cementerio  de  árboles  quemados,  que  la  fúnebre  luz  del   Yaguaí avanzó por él, no obstante; y un momento después lo
 menguante volvía más espectral, los perros se movieron de   mordían en una pata, mientras rápidas sombras corrían a todos
 aquí para allá entre las cañas, gruñéndose mutuamente.   lados.
 Volvieron tres veces más, hasta que la última noche, un   Yagua( vio lo que era; e instantáneamente, en plena
 estampido demasiado cercano los puso en guardia. Mas coin­  barbarie  de bosque tropical  y  miseria,  surgieron  los  ojos
 cidiendo esta aventura con  la mudanza de  Fragoso  a San   brillantes,  el rabo alto y  duro, y la actitud batalladora del
 Ignacio, los perros no lo sintieron mucho.   admirable perro inglés. Hambre, humillación, vicios adquiri­
 Fragoso había logrado por fin trasladarse allá, al fondo   dos, todo se borró en un segundo ante las ratas que salían de
 de la colonia. El monte, entretejido de tacuapí, denunciaba   todas partes. Y cuando volvió por fin a echarse en el rancho,
 tierra excelente;  y  aquellas  inmensas  madejas  de  bambú,   ensangrentado, muerto de fatiga, tuvo que saltar tras las ratas
 tendidas en el suelo con el machete, debían preparar magnífi­  hambrientas que invadían literalmente la casa.
 cos rozados.   Fragoso quedó encantado de aquella brusca energía de
 Cuando  Fragoso  se  instaló,  el  tacuapí  comenzaba a   nervios y  músculos  que  no  recordaba  más,  y  subió  a  su
 secarse. Rozó y quemó rápidamente un cuarto de hectárea,   memoria el recuerdo del viejo combate con la irara: era la
 confiando en algún milagro de lluvia. El tiempo se descompu­  misma mordida sobre la cruz; un golpe seco de mandíbula, y
 so, en efecto; el cielo blanco se tornó plomo, y en las horas más   a otra rata.
 calientes se transparentaban en el horizonte lívidas orlas de   Compr�ndió también de dónde provenía aquella nefasta
 cúmulos.  El tennómetro a treinta y nueve y el viento norte   invasión, y con larga serie de juramentos en voz alta, dio su
 soplando con furia trajeron �l fin doce milímetros de agua, que   maizal por perdido. ¿Qué podía hacer Yaguaí solo? Fue al
 Fragoso aprovechó para su maíz, muy contento. Lo vio nacer,   rozado, acariciando al foxterrier, y silbó a sus perros; pero
 lo vio crecer magníficamente hasta cinco centímetros. Pero   apenas los rastreadores de tigres sentían los dientes de las ratas
 nada más.   en el hocico, chillaban, restregándolo a dos patas. Fragoso y
 En  el tacuapí, bajo él  y alimentándose acaso de  sus   Yaguaí hicieron solos el gasto de la jornada, y si el primero
 brotos, viven infinidad de roedores. Cuando aquél se seca, sus   sacó de ella la muñeca dolorida, el segundo echaba al respirar
 huéspedes se desbandan y el hambre los lleva forzosamente a   burbujas sanguinolentas por la nariz.
 las plantaciones. De este modo, los tres perros de Fragoso, que   En doce días, a pesar de cuanto hicieron Fragoso y el
 salían una noche, volvieron enseguida restregándose el hocico   foxterrier para salvarlo, el rozado estaba perdido. Las ratas, al

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