Page 93 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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no, siguiendo de nuevo, sosteniéndose apenas sobre las tacuaras
 rendidos. Podeley se envolvió en e] poncho, y recostado en la   casi sueltas, que se escapaban de sus pies, en una noche de tinta
 espalda  de  su  compañero,  sufrió  en dos terribles horas de
 chucho el contragolpe de aquel esfuerzo.   que no alcanzaban a romper sus ojos desesperados.   .
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 Luego prosiguieron  la fuga,  siempre a la vista de la  El agua llegábales ya al pecho cuando tocaron tierra.
 .           ¿Dónde? No lo sabían  ... Un pajonal. Pero en la misma orilla
 p1c da, Y cuand la noche llegó, por fin, acamparon. Cayé
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 habia llevado ch1pas, y Podelcy encendió fuego, no obstante  quedaron inmóviles, tendidos de vientre.
                  Ya  deslumbraba el sol cuando despertaron. El pajonal se
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 los mil mconvenientes en un país donde, fuera de Jos pavones,   extendía veinte metros tierra adentro, sirviendo de litoral a río y
 hay otros seres que tienen debilidad por la luz, sin contar los
 hombres.    bosque. A media cuadra al sur, el riacho Paranaí, que decidieron
 El sol estaba muy alto ya cuando a la mañana siguiente  vadear cuando hubieran recuperado las fuerzas. Pero éstas no
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 encontraron  el nacho,  primera  y  última  esperanza  de  los   volvían  tan rápidamente como  era de  desear, dado  que los cogollos
 escapados. Cayé cortó doce tacuaras sin más prolija elección   y gusanos de tacuara son tardos fortificantes. Y durante veinte
             horas, la lluvia cerrada  transformó al Paraná en aceite blanco y al
 � � odeley, cuyas últimas fuerzas fueron dedicadas a cortar lo¡  Paranaí en furiosa avenida. Todo imposible. Podeley se incorporó
 ,
 1 1 os, tuvo apenas tiempo de hacerlo antes de arrollarse a
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 tmtar.      de pronto chorreando agua, y apoyándose en el revólver para
 Cayé, pues, construyó solo la jangada -diez tacuaras   levantarse, apuntó a Cayé. Volaba de fiebre.
 atadas longitudinalmente con lianas, llevando en cada extre­  -¡Pasá, añá!  ...
                   Cayé vio que poco podía esperar de aquel delirio y se
 mo una atravesada.   inclinó disimuladamente para alcanzar a su compañero de un
 .   �  los diez segundos de concluida, se embarcaron. y la.  palo. Pero el otro insistió:
 Jangad1lla, arrastrada a la deriva, entró en el Paraná.
 Las noches son en esa época excesivamente frescas· y   -¡Andá al agua! ¡Vos me trajiste! ¡Bandeá el río!
 los  dos mensú,  con  los pies en  el  agua,  pasaron  la  noche   Los dedos lívidos temblaban sobre el gatillo.
 helados, un junto al otro. La corriente del Paraná, que llegaba  Cayé obedeció; dejóse  llevar  por la corriente  y desapareció
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 cargado de inmensas lluvias, retorcía la jangada en el borbo­  tras el pajonal, al que pudo abordar con terrible esfuerzo.
                   Desde allí, y de atrás, acechó a  su compañero, pero  Pode  ley
 ! l n de sus  remolinos y aflojaba lentamente los nudos del  yacía de nuevo de costado con las rodillas recogidas hasta el
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 ,
 1s1po.                             1
 En todo el día siguiente comieron dos chipás  último   pecho, bajo la lluvia incesante. Al aproximarse  Cayé, alzó la
 resto de provisión, que Podeley probó apenas. Las ;acuaras   cabeza, y sin abrir el enfermo los ojos, cegados por el agua,
 � aladradas por los tambús se hundían. Y al caer la tarde  la   murmuró:
                   -Cayé, caray  ... Frío muy grande  ...
 Jangada había descendido a una cuarta del nivel del agua.'
 Sobre  el  río  salvaje,  encajonado  en  los  lúgubres   Llovió aún toda la noche sobre el moribundo, la lluvia
 murallones de b sque, desierto del más remoto ¡ay!, los dos   blanca  y sorda de los  diluvios otoñales, hasta que a la madrugada,
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 h mbres, sumergidos hasta la rodilla, derivaban girando sobre   Podeley quedó inmóvil para siempre en su tumba de agua.
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 st mismos, detenidos un momento inmóviles ante un remoli-
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