Page 92 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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no, siguiendo de nuevo, sosteniéndose apenas sobre las tacuaras
          rendidos. Podeley se envolvió en e] poncho, y recostado en la           casi sueltas, que se escapaban de sus pies, en una noche de tinta
          espalda  de  su  compañero,  sufrió  en dos terribles horas de
         chucho el contragolpe de aquel esfuerzo.                                 que no alcanzaban a romper sus ojos desesperados.   .
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              Luego prosiguieron  la fuga,  siempre a la vista de la                    El agua llegábales ya al pecho cuando tocaron tierra.
           .                                                                      ¿Dónde? No lo sabían  ... Un pajonal. Pero en la misma orilla
         p1c da, Y cuand la noche llegó, por fin, acamparon. Cayé
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         habia llevado ch1pas, y Podelcy encendió fuego, no obstante              quedaron inmóviles, tendidos de vientre.
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         los mil mconvenientes en un país donde, fuera de Jos pavones,                  Ya  deslumbraba el sol cuando despertaron. El pajonal se
         hay otros seres que tienen debilidad por la luz, sin contar los          extendía veinte metros tierra adentro, sirviendo de litoral a río y
         hombres.                                                                 bosque. A media cuadra al sur, el riacho Paranaí, que decidieron
              El sol estaba muy alto ya cuando a la mañana siguiente              vadear cuando hubieran recuperado las fuerzas. Pero éstas no
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         encontraron  el nacho,  primera  y  última  esperanza  de  los            volvían  tan rápidamente como  era de  desear, dado  que los cogollos
         escapados. Cayé cortó doce tacuaras sin más prolija elección              y gusanos de tacuara son tardos fortificantes. Y durante veinte
                                                                                   horas, la lluvia cerrada  transformó al Paraná en aceite blanco y al
         � � odeley, cuyas últimas fuerzas fueron dedicadas a cortar lo¡           Paranaí en furiosa avenida. Todo imposible. Podeley se incorporó
             ,
         1 1 os, tuvo apenas tiempo de hacerlo antes de arrollarse a
          � p
         tmtar.                                                                    de pronto chorreando agua, y apoyándose en el revólver para
              Cayé, pues, construyó solo la jangada -diez tacuaras                 levantarse, apuntó a Cayé. Volaba de fiebre.
         atadas longitudinalmente con lianas, llevando en cada extre­                    -¡Pasá, añá!  ...
                                                                                         Cayé vio que poco podía esperar de aquel delirio y se
         mo una atravesada.                                                        inclinó disimuladamente para alcanzar a su compañero de un
         .    �  los diez segundos de concluida, se embarcaron. y la.              palo. Pero el otro insistió:
         Jangad1lla, arrastrada a la deriva, entró en el Paraná.
              Las noches son en esa época excesivamente frescas· y                       -¡Andá al agua! ¡Vos me trajiste! ¡Bandeá el río!
         los  dos mensú,  con  los pies en  el  agua,  pasaron  la  noche                Los dedos lívidos temblaban sobre el gatillo.
         helados, un junto al otro. La corriente del Paraná, que llegaba                 Cayé obedeció; dejóse  llevar  por la corriente  y desapareció
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         cargado de inmensas lluvias, retorcía la jangada en el borbo­             tras el pajonal, al que pudo abordar con terrible esfuerzo.
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         ! l n de sus  remolinos y aflojaba lentamente los nudos del               yacía de nuevo de costado con las rodillas recogidas hasta el
          ?
            ,
         1s1po.                                                                                          1
             En todo el día siguiente comieron dos chipás  último                  pecho, bajo la lluvia incesante. Al aproximarse  Cayé, alzó la
         resto de provisión, que Podeley probó apenas. Las ;acuaras                cabeza, y sin abrir el enfermo los ojos, cegados por el agua,
         � aladradas por los tambús se hundían. Y al caer la tarde  la              murmuró:
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        Jangada había descendido a una cuarta del nivel del agua.'
             Sobre  el  río  salvaje,  encajonado  en  los  lúgubres                     Llovió aún toda la noche sobre el moribundo, la lluvia
        murallones de b sque, desierto del más remoto ¡ay!, los dos                 blanca  y sorda de los  diluvios otoñales, hasta que a la madrugada,
                      �
        h mbres, sumergidos hasta la rodilla, derivaban girando sobre               Podeley quedó inmóvil para siempre en su tumba de agua.
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        st mismos, detenidos un momento inmóviles ante un remoli-
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