Page 91 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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La resonancia peculiar del bosque trájoles, lejana, una
 -¿Cómo está tu cuenta?-preguntó otra vez.
 -Debo veinte pesos todavía  ... El  sábado entregué  ... Me  voz ronca:
 hallo enfermo grande ...   -¡A la cabeza¡ ¡A los dos!
                 Y un momento después, desembocando de un codo de la
 -Sabés bien que mientras tu cuenta no está pagada,  picada, surgían corriendo el capataz y tres peones. La cacería
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 debés quedarte. Aba  Jo  ... te  podés morir. Curate aquí, y arreglás
 tu cuenta en seguida.   comenzaba.
                 Cayé amartilló su revólver, sin dejar de huir.
 ¿  Curarse  de  una  fiebre  perniciosa,  allí  donde  se  la   -¡Entrégate, añá! -gritóles el capataz desde atrás.
 adquirió?  No, por cierto; pero el mensú que se va, puede no   -Entremos en el  monte -dijo Podeley-. Yo no tengo
 volver, y el mayordomo prefería hombre muerto a deudor
 lejano.    fuerza para mi machete  ...
                 -¡Volvé o te tiro! -llegó otra voz.
 P deley jamás había  dejado  de cumplir  nada,  única   -Cuando estén más cerca  ... -comenzó Cayé. Una bala
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 altanena que se permite ante su patrón un mensú de talla  .   de winchester pasó silbando por la picada.
 .  -¡No me importa qLie hayas dejado o no de cumplir! -  -·  Entrá ! -gritó Cayé a su  compañero. Y parapetándo­
 rephcó el mayordomo-. ¡Paga tu cuenta primero, y después   se tras u� árbol, descargó hacia los perseguidores cinco tiros
 hablaremos!
 Esta injusticia para con él creó lógica y velozmente el   de su revólver.
                  Una gritería aguda respondióles, mientras otra bala de
 deseo del desquite. Fue a instalarse con Cayé, cuyo espíritu  winchester hacía saltar la corteza del árbol que ocultaba a
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 c nocía bien, y ambos decidieron escaparse el próximo do­
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 mmgo.       Cayé.  -¡Entrégate o te voy a dejar la cabeza  ...  !
 .   -¡Ahí  tenés!  -gritó  el  mayordomo  a  Podeley  esa  -¡Andá no más! -instó Cayé a Podeley-. Yo voy a  ...
 misma tarde al cruzarse con él-. Anoche se han escapado  Y tras nueva descarga, entró a su vez en el monte.
 ,
 tres  ... ¿Eso es lo que te gusta, no?  ¡Esos también eran cumpli­  Los perseguidores, detenidos un momento por las ex­
 dores! ¡  Como vos! Pero antes vas a reventar aquí, que salir de   e tras
              golpe de winchester, el derrotero probable de los fug1t1vos.
 la planchada! ¡Y mucho cuidado, vos y todos los que están   plosiones, lanzáronse rabiosos adelante, fusilando, go ! �
 oyendo! ¡ Ya saben!   A cien metros de la picada y siguiendo su misma línea,
 La decisión de huir y sus peligros -para los que el   Cayé y Pode  ley se alejaban, doblados  asta el suelo ara evitar
                                                        p
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 mensú necesita todas sus  : º rzas- es capaz de contener algo   )as lianas. Los perseguidores presumian esta mamobra, pero
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 más que una fiebre pern1c10sa. El domingo, por lo demás,   como dentro del monte el que ataca tiene cien probabilidades
 había llegado;  y  con  falsas  maniobras  de  lavaje  de  ropa   contra una de ser detenido por una bala en mitad de la frente,
 simulados guitarreos en el rancho de tal o cual, la vigilanci�   el capataz se contentaba con salvas de winchester y aullidos
 pud ser burlada, y Podeley y Cayé se encontraron de pronto   desafiantes. Por lo demás, los tiros errados hoy, habían hecho
 ?
 a mil metros de la comisaría.   lindo blanco la noche del jueves  ...
 .   Mientras no se sintieran perseguidos, no abandonarían  El  peligro  había  pasado.  Los  fugitivos  se  sentaron,
 la picada, pues Podeley caminaba mal. Y aún así...
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