Page 89 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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mente, ante el winchester del capataz. ¡ Pero si tuviera un 44 ... !   Al día siguiente, el acceso, no esperado hasta el crepús­
 La fortuna llególe esta vez en fonna bastante desviada.   culo, tomó a mediodía, y Podeley fue a la comisaría a pedir
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 La c mpañera de Cayé,  quien,  desprovista  ya de  su  quinina. Tan claramente se denunciaba el chucho en el aspec o
 .   �       del mensú, que el dependiente, sin mirar casi al enfermo, baJó
 luJos atav o, se ganaba la vida lavando la ropa a los peones
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 cambió un día de domicilio. Cayé la esperó dos noches, y a ¡�   los paquetes de quinina. Podeley volcó tranquilamente sobre
 tercera fue al rancho de su reemplazante, donde propinó una   su lengua la terrible amargura aquella, y cuando regresaba al
 soberbia paliz a la muchacha. Los dos mensú quedaron solos  monte, tropezó con el mayordomo.
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 c ? arl ndo, amistosamente, resultas de lo cual convinieron en  -¡ Vos también! -le dijo el mayordomo, mirándolo­
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 vivir Juntos, a cu o efecto el seductor se instaló con la pareja.   . y van cuatro. Los otros no importa ... , poca cosa. Vos sos
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 Esto era económico y bastante juicioso. Pero como el mensú   cumplidor ... ¿Cómo está tu cuenta?
 p recía gustar realmente de la dama -cosa rara en el gre­  -Falta poco ... Pero no voy a poder hachear  ...
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 m10-, Cayé ofreciósela en venta por un revólver con balas   -¡Bah! Curate bien y no es nada ... Hasta mañana.
 que él mismo sacaría del almacén. No obstante esta sencillez'   -Hasta mañana -se alejó Podeley apresurando el paso,
 e �  t ato estuvo a punto de romperse, porque a última hora Cayé   porque en los talones acababa de sentir un leve cosquilleo.
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 pidió que se  gregara un metro de tabaco en cuerda, lo que   El tercer ataque comenzó una hora después, quedando
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 p rec1ó excesivo al mensú. Concluyóse por fin el mercado, y   Podeley desplomado en una profunda falta de fuerzas y la
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 mientras el fr sco matrimonio se instalaba en su rancho, Cayé   mirada fija y opaca, como si no pudiera alcanzar más allá de
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 cargaba concienzudamente su 44 para dirigirse a concluir la   uno o dos metros.
 tarde lluviosa tomando mate con aquellos.   El descanso absoluto a que se entregó por tres días -
 El otoño  � inalizaba, y el cielo, fijo en sequía con chubas­  bálsamo específico para el mensú, por lo inesperado-no hizo
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 cos de cmco mmutos, se descomponía por fin en mal tiempo   sino convertirle en un bulto castañeteante y arrebujado sobre
 constante, cuya humedad hinchaba el hombro de los mensú   un raigón. Podeley, cuya fiebre anterior había tenido honrado
 Podeley, libre de esto hasta entonces, sintióse un día con tai   y  periódico ritmo,  no  presagió nada bueno para él de esa
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 desgan al llegar a su viga, que se detuvo, mirando a todas  galopada  de  accesos,  casi  sin  intermitencia. Hay  fiebre  y
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 partes sm saber qué hacer. No tenía ánimo para nada. Volvió   fiebre. Si la quinina no había cortado a ras el segundo ataque,
 a su cobertizo y en el camino sintió un ligero cosquilleo en la   era inútil que se quedara allá arriba, a morir hecho un ovillo en
 espalda.     cualquier recodo de picada. Y bajó de nuevo al almacén.
 Podeley sabía muy bien qué significaban aquel desgano  -¡Otra vez, vos! -lo recibió el mayordomo-. Eso no
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 Y aquel hormigueo a flor de piel. Sentóse filosóficamente a   anda bien ... ¿No tomaste quinina?
 tomar mate y media hora después, un hondo y largo escalofrío   -Tomé ... No me hallo con esta fiebre ... No puedo con
 recorría la espalda.   mi hacha. Si querés darme para mi pasaje, te voy a cumplir en
 No había nada que hacer. El mensú se echó sobre las varas   cuanto me sane ...
 ti itandode frío, doblado en gatillo bajo el poncho, mientras los  El mayordomo contempló aquella ruina y no estimó en
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 dientes, incontenibles, castañeteaban a más no poder.   gran cosa la vida que quedaba en su peón.
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