Page 87 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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juntos,  sea  cual  fuere  el  motivo;  y  se  aproximó  al  baúl,   desayuno a las ocho, harina, charque y grasa; el hacha luego,
 colocando a una carta cinco cigarros.   a busto descubierto, cuyo sudor arrastraba tábanos, barigüís y
 Modesto principio, que podía llegar a proporcionarle el   mosquitos;  después  el almuerzo,  esta ve porotos  y  maíz
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 dinero suficiente para pagar el adelanto en el obraje y volverse   flotando en la inevitable grasa, para concluu de noche, luego
 en el mismo vapor a Posadas, a derrochar un nuevo anticipo.   de nueJa lucha con las piezas de ocho por treinta, con el yopará
 Perdió. Perdió los demás cigarros, perdió cinco pesos, el   del mediodía.
 poncho, el collar de su mujer, sus propias botas y su 44. Al día   Fuera de algún incidente con sus colegas labradores, que
 siguiente  recuperó  las  botas,  pero  nada  más,  mientras  la   invadían su jurisdicción; del �ai.do de los días de lluvia que lo
 muchacha compensaba la desnudez de su pescuezo con ince­  relegaban en cuclillas frente a la pava, la tarea proseguía hasta
 santes cigarros despreciativos.   el sábado de tarde. Lavaba entonces su ropa, y el domingo iba
 Podeley ganó, tras infinito cambio de dueño, el collar en   al almacén a proveerse.
 cuestión, y una caja de jabones de olor que halló modo de jugar   Era éste el real momento de solaz de los mensú, ol vi dán­
 contra un  machete  y  media docena de  medias,  que ganó,   dolo todo entre los anatemas de la lengua natal, sobrellevando
 quedando así satisfecho.   con fatalismo indígena la suba siempre creciente de la provis­
 Por fin, quince días después, llegaron a destino. Los   ta,  que alcanzaba entonces a ochenta centavos por kilo de
 peones treparon alegres la interminable cinta roja que escala­  galleta, y siete pesos por un calzoncillo de lienzo. El mismo
 ba la barranca, desde cuya cima, el Sílex aparecía diminuto y   fatalismo que aceptaba esto con una ¡añá! y una riente mirada
 hundido en el lúgubre río. Y con ahijús y terribles invectivas   a los demás compañeros, le dictaba, en elemental desagravio,
 en guaraní, los mensú despidieron al vapor que debía ahogar,   el  deber  de  huir  del  obraje  en  cuanto  pudiera.  Y  si  esta
 en una baldeada de tres horas, la nauseabunda atmósfera de   ambición no estaba en todos los pechos, todos los peones
 desaseo, pachulí y mulas enfermas, que durante cuatro días   comprendían esa mordedura de  contra-justicia  que iba,  en
 remontó con él.   caso de llegar, a clavar los dientes en la entraña misma del
 Para Podeley,  labrador de madera, cuyo diario podía   patrón. Éste, por su parte, llevaba la lucha a su extremo final,
 subir a siete pesos, la vida de obraje no era muy dura. Hecho   vigilando día y noche a su gente, y en especial a los mensualeros.
 a ella, domaba su aspiración de estricta justicia en el cubicaje   Ocupábanse entonces los mensú en la planchada, tum­
 de la madera, compensando las rapiñas rutinarias con ciertos   bando piezas entre inacabable gritería,  que subía de punto
 privilegios  de  buen peón.  Su nueva etapa comenzó al  día   cuando las mulas, impotentes para contener la alzaprima que
 siguiente, una vez demarcada su zona del bosque. Construyó   bajaba de la altísima barranca a toda velocidad, rodaban unas
 con hojas de palmera su cobertizo -techo y pared sur, nada   sobre otras dando tumbos, vigas, animales, carretas, todo bien
 más-; dio nombre de cama a ocho varas horizontales, y de un   mezclado. Raramente se lastimaban las mulas; pero la algaza­
 horcón  colgó  la  provista  semanal.  Recomenzó,   ra era la misma.
 automáticamente,  sus días  de obraje:  silenciosos  mates  al   Cayé, entre risa y risa, meditaba siempre su fuga. Harto
 levantarse, de noche aún, que se sucedían sin desprender la   ya de revirados y yoparás, que el pregusto de la huida to naba
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 mano  de la pava;  la exploración en descubierta madera; el   más indigestos, deteníase aún por falta de revólver y, cierta-

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