Page 86 - Cuentos de Amor locura y Muerte
P. 86

juntos,  sea  cual  fuere  el  motivo;  y  se  aproximó  al  baúl,       desayuno a las ocho, harina, charque y grasa; el hacha luego,
         colocando a una carta cinco cigarros.                                    a busto descubierto, cuyo sudor arrastraba tábanos, barigüís y
              Modesto principio, que podía llegar a proporcionarle el             mosquitos;  después  el almuerzo,  esta ve porotos  y  maíz
                                                                                                                      �
         dinero suficiente para pagar el adelanto en el obraje y volverse         flotando en la inevitable grasa, para concluu de noche, luego
         en el mismo vapor a Posadas, a derrochar un nuevo anticipo.              de nueJa lucha con las piezas de ocho por treinta, con el yopará
             Perdió. Perdió los demás cigarros, perdió cinco pesos, el            del mediodía.
         poncho, el collar de su mujer, sus propias botas y su 44. Al día              Fuera de algún incidente con sus colegas labradores, que
        siguiente  recuperó  las  botas,  pero  nada  más,  mientras  la           invadían su jurisdicción; del �ai.do de los días de lluvia que lo
        muchacha compensaba la desnudez de su pescuezo con ince­                   relegaban en cuclillas frente a la pava, la tarea proseguía hasta
        santes cigarros despreciativos.                                            el sábado de tarde. Lavaba entonces su ropa, y el domingo iba
             Podeley ganó, tras infinito cambio de dueño, el collar en             al almacén a proveerse.
        cuestión, y una caja de jabones de olor que halló modo de jugar                Era éste el real momento de solaz de los mensú, ol vi dán­
        contra un  machete  y  media docena de  medias,  que ganó,                 dolo todo entre los anatemas de la lengua natal, sobrellevando
        quedando así satisfecho.                                                   con fatalismo indígena la suba siempre creciente de la provis­
             Por fin, quince días después, llegaron a destino. Los                 ta,  que alcanzaba entonces a ochenta centavos por kilo de
        peones treparon alegres la interminable cinta roja que escala­             galleta, y siete pesos por un calzoncillo de lienzo. El mismo
        ba la barranca, desde cuya cima, el Sílex aparecía diminuto y              fatalismo que aceptaba esto con una ¡añá! y una riente mirada
        hundido en el lúgubre río. Y con ahijús y terribles invectivas             a los demás compañeros, le dictaba, en elemental desagravio,
        en guaraní, los mensú despidieron al vapor que debía ahogar,               el  deber  de  huir  del  obraje  en  cuanto  pudiera.  Y  si  esta
        en una baldeada de tres horas, la nauseabunda atmósfera de                 ambición no estaba en todos los pechos, todos los peones
        desaseo, pachulí y mulas enfermas, que durante cuatro días                 comprendían esa mordedura de  contra-justicia  que iba,  en
        remontó con él.                                                            caso de llegar, a clavar los dientes en la entraña misma del
             Para Podeley,  labrador de madera, cuyo diario podía                  patrón. Éste, por su parte, llevaba la lucha a su extremo final,
        subir a siete pesos, la vida de obraje no era muy dura. Hecho              vigilando día y noche a su gente, y en especial a los mensualeros.
        a ella, domaba su aspiración de estricta justicia en el cubicaje                Ocupábanse entonces los mensú en la planchada, tum­
        de la madera, compensando las rapiñas rutinarias con ciertos               bando piezas entre inacabable gritería,  que subía de punto
        privilegios  de  buen peón.  Su nueva etapa comenzó al  día                cuando las mulas, impotentes para contener la alzaprima que
        siguiente, una vez demarcada su zona del bosque. Construyó                 bajaba de la altísima barranca a toda velocidad, rodaban unas
        con hojas de palmera su cobertizo -techo y pared sur, nada                 sobre otras dando tumbos, vigas, animales, carretas, todo bien
        más-; dio nombre de cama a ocho varas horizontales, y de un                mezclado. Raramente se lastimaban las mulas; pero la algaza­
        horcón  colgó  la  provista  semanal.  Recomenzó,                          ra era la misma.
        automáticamente,  sus días  de obraje:  silenciosos  mates  al                  Cayé, entre risa y risa, meditaba siempre su fuga. Harto
        levantarse, de noche aún, que se sucedían sin desprender la                ya de revirados y yoparás, que el pregusto de la huida to naba
                                                                                                                                 �
        mano  de la pava;  la exploración en descubierta madera; el                más indigestos, deteníase aún por falta de revólver y, cierta-

                                84
   81   82   83   84   85   86   87   88   89   90   91