Page 70 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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-¡Que no camine ligero el patrón! -exclamó Prince.                          EL ALAMBRE DE PÚAS
               -¡Va a tropezar con él! -aullaron todos.
                En efecto, el otro, tras breve hesitación, había avanzado,
           pero no directamente sobre ellos como antes, sino en  � ínea
           oblicua y en apariencia errónea, pero que debía llevarlo Justo      l)urante quince días el caballo alazán había buscado en vano
           al encuentro de míster Jones. Los perros comprendieron que          la senda por donde su compañero se escapaba del potrero. El
           esta vez todo concluía, porque su patrón continuaba caminan­        formidable  cerco de capuera -desmonte que ha rebrotado
           do a igual paso, como un autómata, sin darse cuenta de nada.       inextricable-no permitía paso ni aun a la cabeza del caballo.
           El otro llegaba ya. Los perros hundieron el rabo y corrieron de    l\videntemente no era por allí por donde el malacara pasaba.
           costado, aullando. Pasó un segundo y el encuentro se produjo.            El alazán recorría otra vez la chacra, trotando inquieto
           Míster Jorres se detuvo, giró sobre sí t_nismo y se desplomó.      con la cabeza alerta. De la profundidad del monte, el mal acara
                Los peones,  que lo  vieron caer, lo llevaron aprisa al        respondía a los relinchos vibrantes de su compañero con los
           rancho, pero fue inútil toda el agua; murió sin volver en sí.      suyos cortos y rápidos, en que había una fraternal promesa de
           Míster Moore, su hermano materno, fue allá desde Bu.enes            abundante comida. Lo más irritante para el alazán era que el
           Aires, estuvo una hora en la chacra y en cuatro días liquidó        malacara reaparecía dos o tres veces en  el  día para beber.
           todo, volviéndose en seguida al sur. Los indios se reparti ron      Prometíase entonces no abandonar un instante a su compañero
                                                          �
           los perros, que vivieron en adelante flacos y sarnosos e iban
           todas las noches con hambriento sigilo a robar espigas de maíz     y durante algunas horas, en efecto, la pareja pastaba en admi­
                                                                              rable conserva. Pero de pronto el mal acara, con su soga a rastra,
           en las chacras ajenas.                                             se internaba en el chircal; y cJando el alazán, al darse cuenta
                                                                                                       1
                                                                              ele su soledad, se lanzaba en su persecución, hallaba el monte
                                                                              inextricable. Esto sí, de adentro, muy cerca aún, el maligno
                                                                               malacara  respondía  a sus  desesperados  relinchos  con  un
                                                                              relinchillo a boca ! lena.
                                                                                    Hasta que esa mañana el viejo alazán halló la brecha
                                                                                                            r
                                                                              muy sencillamente. Cruzando por fente al chircal, que desde
                                                                              el monte avanzaba cincuenta metros en el campo, vio un vago
                                                                              sendero que lo condujo en perfecta línea oblicua al monte.
                                                                              Allí estaba el malacara, deshojando ,írboles.
                                                                                    La cosa era muy simple: el malacara, cruzando un día
                                                                              el chircal había hallado la brecha abierta en el monte por un
                                                                              incienso desarraigado. Repitió su avance a través del chircal,
                                                                              hasta llegar  a conocer  perfectamente  la entrada del túnel.
                                                                              Entonces usó el viejo camino que con el alazán habían forma-



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