Page 74 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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desde esa madrugada alta idea de sí mismos. Ni tranquera, ni         soras  de chacras  y el  Código Rural,  tampoco  pasaban  la
           alambrado, ni monte, ni desmonte, nada fuera obstáculo para          tranquera.
           ellos. Habían visto cosas  extraordinarias, salvado dificultades          -Esta tranquera es mala -objetó la vieja madre-.
          no creíbles; y se sentían gordos, orgullosos y facultados para        ¡Él, sí! C rre los palos con los cuernos.
                                                                                       �
          tomar la decisión más estrafalaria que ocurrírseles pudiera.               -¿Quién? -preguntó el alazán.
               En este estado de énfasis, vieron a cien metros de ellos              Todas  las  vacas,  sorp1endidas de  esa  ignorancia,
          varias vacas detenidas a orillas del camino; y encaminándose          volvieron la cabeza al alazán.
          allá llegaron a la tranquera cerrada con cinco robustos palos.             -¡El toro, Barigüí! Él puede más que los alambrados
          Las  vacas  estaban  inmóviles,  mirando  fijamente  el verde         malos.
          paraíso inalcanzable.                                                      -¿Alambrados  ...  ? ¿Pasa?
               -¿Por qué no entran? -preguntó el alazán a las vacas.                 -¡Todo! Alambre de púas también. Nosotras pasamos
               -Porque no se puede -le respondieron.                            después.
               -Nosotros pasamos por todas partes -afirmó el ala-                    Los dos caballos, vueltos ya a su pacífica condición de
          zán, altivo-. Desde hace un mes pasamos por todas partes.             animales  a  los  que  un  solo  hilo  contiene,  se  sintieron
               Con el  fulgor de su aventura, los caballos  habían perdido      ingenuamente deslumbrados por aquel héroe capaz de afrontar
          sinceramente el sentido del tiempo. Las vacas no se dignaron          el alambre de púas, la cosa más terrible que puede hallar el
          siquiera mirar a los intrusos.                                       deseo de pasar adelante.
               -Los caballos no pueden -dijo una vaquillona move­
                                                                                     De pronto, tas vacas se removieron mansamente: a lento
          diza-. Dicen eso y no pasan por ninguna parte. Nosotras sí           paso llegaba el toro. Y ante aquella chata y obstinada fente
                                                                                                                               r
          pasamos por todas partes.                                            dirigida en tranquila recta a  la  tranquera,  los  caballos
               -Tienen soga -añadió una vieja madre sin volver la              comprendieron humildemente su inferioridad.
                                                                                                                                 .
          cabeza.                                                                    Las vacas se apartaron y Barigüf, pasando el testuz baJo
               -¡Yo no, yo no tengo soga! -respondió vivamente el              una tranca, intentó hacerla correr a un lado.
          alazán-. Yo vivía en las capueras y pasaba.                                Los caballos levantaron las orejas, admirados, pero la
               -¡Sí, detrás de nosotras! Nosotras pasamos y ustedes            tranca no corrió. Una tras otra, el toro probó sin resultado su
          no pueden.                                                           esfuerzo inteligente: el chaca_rero, dueño feliz de la plantación
               La vaquillona movediza intervino de nuevo:                      de avena, había asegurado la tarde anterior los palos con cuñas.
               -El patrón dijo el otro día: A los caballos, con un solo
                                                                                     El toro no intentó más. Volviéndose con pereza, olfateó
          hilo se los contiene. ¿  Y entonces  ...  ? ¿  Ustedes no pasan?     a lo lejos, entrecerrando los ojos, y costeó luego el alambrado,
               -No, no pasamos- repuso sencillamente el malacara,
          convencido por la evidencia.                                         con ahogados mugidos sibilantes.
                                                                                     Desde la tranquera, los caballos y las vacas miraban. En
               -¡Nosotras, sí!                                                 determinado lugar, el toro pasó los cuernos bajo el alambre de
               Al  honrado  malacara,  sin embargo,  se  le ocurrió de
          pronto que las vacas, atrevidas y astutas, impertinentes inva-       púas,  tendiéndolo violentamente hacia arriba con el tesh1z y la


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