Page 68 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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rumbo que debía seguir. Al pasar frente al ranc � o dio un s          lo atravesó, sin embargo, braceando entre la paja restallante y
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           cuantos pasos en dirección al pozo y se desvaneció progresi­          polvorienta por el barro que dejaban las crecientes, ahogado
           vamente en la cruda luz.                                              de fatiga y acres vahos de nitratos.
                Míster Jones bajó; no tenía sueño. Disponíase a prose­                Salió por fin y se detuvó en la linde; pero era imposible
           guir el montaje de la carpidora, cuando vio llegar inesperada­        permanecer quieto bajo ese sol y ese cansancio. Marchó de
           mente al peón a caballo. A pesar de su orden, tenía que haber         nuevo. Al calor quemante que crecía sin cesar desde tres días
           galopado para volver a esa hora. Apenas libre y concluida su          atrás,.agregábase ahora el sofocamiento del tiemp·o descom­
           misión, el pobre caballo, en cuyos ijares era imposible contar        puesto. El cielo estaba  blanco y no se sentía un soplo de viento.
           los latidos, tembló agachando la cabeza y cayó de costado.            El aire faltaba, con angustia cardíaca, que no permitía concluir
           Míster  Jones  mandó  a  la  chacra,  todavía  de  sombrero  Y       la respiración.
           rebenque, al peón para no echarlo si continuaba oyendo sus                Míster Jones adquirió el convencimiento de que había
           jesuíticas disculpas.                                                traspasado su límite de resistencia. Desde hacía  rato le golpea­
                Pero los perros estaban contentos. La Muerte, que bus­          ba en los oídos el latido de las carótidas. Sentíase en el aire,
           caba a su patrón, se había  conformado con el  caballo. Sentían  se   como si  dentro de la cabeza le empujaran el cráneo hacia
           alegres,  libres  de  preocupación,  y en  consecuencia  disponíanse   arriba. Se  mareaba  mirando el pasto. Apresuró la  marcha para
           a ir a la chacra tras el peón, cuando oyeron a míster Jones que      acabar con eso de una vez  ... Y de pronto volvió en sí y se halló
           le gritaba, pidiéndole el tornillo. No había tomillo: el almacén     en distinto paraje: había caminado media cuadra sin darse
           estaba cerrado, el encargado dormía, etc. Míster Jones, sin          cuenta de nada. Miró atrás, y la cabeza se le fue en un nuevo
           replicar, descolgó su casco y salió él  mismo en  busca d l          vértigo.
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           utensilio. Resistía el sol como un peón y el paseo era maravi­            Entretanto, los perros seguían tras él, trotando con toda
           lloso contra su mal humor.                                           la lengua afuera. A veces, asfixiados, deteníanse en la sombra
                Los  perros  salieron  con  él,  pero  se  detuvieron  a  la    de un espartillo; se sentaban precipitando su  jadeo, para volver
           sombra del primer algarrobo; hacía demasiado calor. Desde            en seguida al tormento del sol. Al fin, como la casa estaba ya
           allí, firmes en las patas, el ceño contraído y atento, veían        próxima, apuraron el trote.
           alejarse a su patrón. Al fin el temor a la soledad pudo más y con        Fue en ese momento cuando Old, que iba delante, vio
           agobiado trote sigu_ieron tras él.                                  tras  el  alambrado  de la chacra  a míster Jones,  vestido de
                Míster Jones obtuvo su tomillo y volvió. Para acortar          blanco, que caminaba hacia ellos. El  cachorro, con súbito
           distancia,  desde  luego,  evitando  la  polvorienta  curva  del    recuerdo, volvió la cabeza al patrón, y confrontó.
           camino, marchó en línea recta a su chacra. Llegó al riacho y se          -¡La muerte, la muerte! -aulló.
           internó en el pajonal, el diluviano pajonal del Saladito, que ha         Los otros lo habían visto también y ladraban erizados.
           crecido, secado y retoñado desde que hay paja en el mundo, sin      Vieron que míster Jones atravesaba el alambrado, y por un
           conocer fuego. Las matas, arqueadas en bóveda a la altura del       instante creyeron que se iba a equivocar; pero al llegar a cien
           pecho, se entrelazan en bloE¡ues macizos. La tarea de cruzarlo,     metros se detuvo, miró el grupo con sus ojos celestes y marchó
           seria ya con día fresco, era muy dura a esa hora. Míster Jones      adelante.


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