Page 72 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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do a lo largo de la línea del monte. Y aquí estaba la causa del labios a medio centímetro de las duras hojas. La decepción
trastorno del alazán: la entrada de la senda formaba una línea pudo haber sido grande; mas los caballos, si bien golosos,
sumamente oblicua con el camino de los caballos, de modo aspiraban sobre todo a pasear. De modo que cortando
que el alazán, acostumbrado a recorrer éste de sur a norte y oblicuamente el yerba! prosiguieron su camino, hasta que un
jamás de norte a sur, no hubiera hallado nunca la brecha. nuevo alambrado contuvo a la pareja. Costeáronlo con
En un instante, el viejo caballo estuvo unido a su tranquilidad grave y paciente, llegando así a una tranquera
compañero; y juntos entonces, sin más preocupación que la de abierta para su dicha, y los paseantes se vieron de repente en
despuntar torpemente las palmeras jóvenes, los dos caballos pleno camino real.
decidieron alejarse del malhadado potrero que sabían ya de Ahora bien, para los caballos, aquello que acababan de
memoria. hacer tenía todo el aspecto de una proeza. Del potrero abmTidor
El monte, sumamente raleado, permitía un fácil avance, a la libertad presente, había infinita distancia. Mas por infinita
aun a caballos. Del bosqu� no quedaba en verdad sino una que fuera, los caballos pretendían prolongarla aún; y así,
franja de doscientos metros de ancho. Tras él, una capuera de después de observar con perezosa atención los alrededores,
dos años se empenachaba de tabaco salvaje. El viejo alazán, quitáronse mutuamente la caspa del pescuezo y en mansa
que en su juventud había correteado capueras hasta vivir felicidad prosiguieron su aventura.
perdido seis meses en ellas, dirigió la marcha y en media hora El día, en verdad, la favorecía. La bruma matinal de
los tabacos inmediatos quedaron desnudos de hojas hasta Misiones acababa de disiparse del todo, y bajo el cielo,
donde alcanza un pescuezo de caballo. súbitamente azul, el paisaje brillaba de esplendorosa claridad.
Caminando, comiendo, curioseando, el alazán y el Desde la loma, cuya cumbre ocupaban en ese momento los
malacara cruzaron la capuera hasta que un alambrado los dos caballos, el camino de tierra colorada cortaba el pasto
detuvo. delante de ellos con precisión admirable, descendía al valle
-Un alambrado -dijo el alazán. blanco de espartillo helado para tornar a subir hasta el monte
-Sí alambrado -asintió el malacara-. Y ambos, lejano. El viento, muy frío, cristalizaba aún más la claridad
,
pasando la cabeza sobre el hilo superior, contemplaron aten de la mañana de oro, y los caballos, que sentían de frente el
tamente. Desde allí se veía un alto pastizal de viejo rozado, sol, casi horizontal todavía, entrecerraban los ojos al dichoso
blanco por la helada; un bananal y una plantación nueva. Todo deslumbramiento.
ello poco tentador, sin duda; pero los caballos entendían ver Seguían as-í, solos y gloriosos de libertad en el camino
eso, y uno tras otro siguieron el alambrado a la derecha. encendido de luz, hasta que al doblar una punta de monte
Dos minutos después pasaban: un árbol seco, en pie por vieron a orillas del camino cierta extensión de un verde
el fuego, había caído sobre los hilos. Atravesaron la blancura inusitado. ¿Pasto? Sin duda. Mas en pleno invierno ...
del pasto helado en ·que sus pasos no sonaban, y bordeando el Y con las narices dilatadas de gula, los caballos se
rojizo bananal, quemado por la escarcha, vieron entonces de acercaron al alambrado. ¡Sí, pasto fino, pasto admirable! ¡Y
cerca qué eran aquellas plantas nuevas. entrarían ellos, los caballos libres!
-Es ·yerba -constató el malacara, con sus trémulos Hay que advertir que el alazán y el malacara poseían
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