Page 71 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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-¡Que no camine ligero el patrón! -exclamó Prince.   EL ALAMBRE DE PÚAS
 -¡Va a tropezar con él! -aullaron todos.
 En efecto, el otro, tras breve hesitación, había avanzado,
 pero no directamente sobre ellos como antes, sino en  � ínea
 oblicua y en apariencia errónea, pero que debía llevarlo Justo   l)urante quince días el caballo alazán había buscado en vano
 al encuentro de míster Jones. Los perros comprendieron que   la senda por donde su compañero se escapaba del potrero. El
 esta vez todo concluía, porque su patrón continuaba caminan­  formidable  cerco de capuera -desmonte que ha rebrotado
 do a igual paso, como un autómata, sin darse cuenta de nada.   inextricable-no permitía paso ni aun a la cabeza del caballo.
 El otro llegaba ya. Los perros hundieron el rabo y corrieron de   l\videntemente no era por allí por donde el malacara pasaba.
 costado, aullando. Pasó un segundo y el encuentro se produjo.   El alazán recorría otra vez la chacra, trotando inquieto
 Míster Jorres se detuvo, giró sobre sí t_nismo y se desplomó.   con la cabeza alerta. De la profundidad del monte, el mal acara
 Los peones,  que lo  vieron caer, lo llevaron aprisa al   respondía a los relinchos vibrantes de su compañero con los
 rancho, pero fue inútil toda el agua; murió sin volver en sí.   suyos cortos y rápidos, en que había una fraternal promesa de
 Míster Moore, su hermano materno, fue allá desde Bu.enes   abundante comida. Lo más irritante para el alazán era que el
 Aires, estuvo una hora en la chacra y en cuatro días liquidó   malacara reaparecía dos o tres veces en  el  día para beber.
 todo, volviéndose en seguida al sur. Los indios se reparti ron   Prometíase entonces no abandonar un instante a su compañero
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 los perros, que vivieron en adelante flacos y sarnosos e iban   y durante algunas horas, en efecto, la pareja pastaba en admi­
 todas las noches con hambriento sigilo a robar espigas de maíz   rable conserva. Pero de pronto el mal acara, con su soga a rastra,
 en las chacras ajenas.   se internaba en el chircal; y cJando el alazán, al darse cuenta
                                  1
         ele su soledad, se lanzaba en su persecución, hallaba el monte
         inextricable. Esto sí, de adentro, muy cerca aún, el maligno
         malacara  respondía  a sus  desesperados  relinchos  con  un
         relinchillo a boca ! lena.
              Hasta que esa mañana el viejo alazán halló la brecha
                                       r
         muy sencillamente. Cruzando por fente al chircal, que desde
         el monte avanzaba cincuenta metros en el campo, vio un vago
         sendero que lo condujo en perfecta línea oblicua al monte.
         Allí estaba el malacara, deshojando ,írboles.
              La cosa era muy simple: el malacara, cruzando un día
         el chircal había hallado la brecha abierta en el monte por un
         incienso desarraigado. Repitió su avance a través del chircal,
         hasta llegar  a conocer  perfectamente  la entrada del túnel.
         Entonces usó el viejo camino que con el alazán habían forma-



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