Page 65 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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lo que había sufrido, lamió extensameme el dedo nfeqno. la tierra mojada en costras blanquecinas. Míster.Jones fue a la
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-No podía caminar --exclamó, en conclusión. chacra, miró el trabajo del día anterior y retomó al rancho. En
Old no comprendió a qué se.refería. Milk agregó: toda esa mañana no hizo nada. Almorzó y subió a dormir la
-Hay muchos piques. 'siesta.
Esta vez el cachorro comprendió. Y repuso por su Los peones volvieron a las dos a la carpición, no obstan
cuenta, después de un largo r'ato: te la hora de fuego, pues los yuyos no dejaban el algodonal.
-Hay muchos piques. Tras ellos fueron los perros, muy amigos del cultivo desde el
Uno y otro callaron de nuevo, convencidos. invierno pasado, cuando aprendieron a disputar a los halcones
El sol salió; y en el primer baño de luz, las pavas del los gusanos blancos que levantaba el arado. Cada perro se
monte lanzaron al aire puro el tumultuoso trompeteo de su echó bajo un algodonero, acompañando con su jadeo los
charanga. Los perros, dorados al sol oblicuo, entornaron los golpes sordos de la azada.
ojos, dulcificando su molicie en beato pestañeo. Poco a oco, Entretando, el calor crecía. En el paisaje silencioso y
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la pareja aumentó con la llegada de los otr s comp neros: ericegueciente del sol, el aire vibraba a todos lados, dañando
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Dick el taciturno preferido; Prince, cuyo lab10 supenor par la vista. La tierra removida exhalaba vaho de horno, que los
tido �or un coatí dejaba ver los dientes; e Isondú, de nombre peones soportaban sobre la cabeza, envuelta hasta las orejas en
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indígena. Los cinco foxterriers, tendidos y beatos de bienestar, el flotante pañuelo, con el mutismo de sus trabajos de chacra.
durmieron. Los perros cambiaban a cada rato de planta, en procura de más
Al cabo de una hora irguieron la cabeza; por el lado · fresca sombra. Tendíanse a lo largo, pero la fatiga los obligaba
opuesto del bizarro rancho de dos pisos -el inferior de barro· a sentarse sobre las patas traseras, para respirar mejor.
y el alto de madera, con corredores y bara da de chalet · Reverberaba ahora delante de ellos un pequeño páramo
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habían sentido los pasos de su dueño, que bajaba la esc lera. de greda que ni siquiera se había intentado arar. Allí, el
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Míster Jones, la toalla al hombro, se detuvo un momento en la cachorro vio de pronto a míster J ones, sentado sobre un tronco,
que lo miraba fijamente. Old se puso en pie meneando el rabo.
esquina del rancho y miró él sol, alto ya. Tenía aún la m rada
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muerta y el labio pendiente tras su solitaria velada de whisky, Los otros levantáronse también, pero erizados.
más prolongada que las habituales. -Es el patrón -dijo el cachorro, sorprendido de la
Mientras se lavaba, los perros se acercaron y le olfatea actitud de aquéllos.
ron las botas, meneando con pereza el rabo. Como las fi'eras -No, no es él -replicó Dick.
amaestradas, los perros conocen el menor indicio de bon'ache Los cuatro perros estaba apiñados gruñendo sordamen
ra en su amo. Alejáronse con lentitud a echarse de nuevo al sol. te, sin apartar los ojos de míster Jones, que continuaba inmóvil
Pero el calor creciente les hizo presto abandonar aquél, -por.la mirándolos. El cachorro, incrédulo, fue a a_vanzar, pero Prince
sombra de los corredores. le mostró los dientes.
-No es él, es la Muerte.
El día avanzaba igual a los precedentes de todo ese· m�s:
seco, límpido, con catorce horas de sol calcinante, que par cfa El cachorro se erizó de miedo y retrocedió al grupo.
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-¿Es el patrón muerto? -preguntó ansiosamente.
mantener el cielo en fusión y que en un instante resquebrajaba
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