Page 24 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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-¡Oh! -protestó él, levantándose para irse. Prometió                  -Sí, está un poco débil... Y cuando pienso que en el
          ir muy pronto.                                                        campo se repondría enseguida ...  Vea, Octavio: ¿me permite
               Doce días después,  Nébel debía  volver al ingenio, y            ser franca con usted? Ya sabe que lo he querido como a un
          antes  quiso  cumplir  su promesa.  Fue  allá -un miserable           hijo ... ¿No podríamos pasar una temporada en su estableci­
          departamento  de arrabal-.  La  señora  de  Arrizabalaga  lo          miento? ¡Cuánto bien le haría a Lidia!
          recibió, mientras Lidia se arreglaba un poco.                              -Soy casado -repuso Nébel.
               -¡Conque once años! -observó de nuevo la madre-.                      La señora tuvo un gesto de viva contrariedad, y por un
           ¡ Cómo pasa el tiempo! ¡ Y usted que podría teneruna infinidad       instante su decepción fue sincera; pero enseguida cruzó sus
                                                                                manos cómicas:
          de hijos con Lidia!                                                        -¡Casado, usted! ¡Oh, qué desgracia, qué desgracia!
               -Seguramente -sonrió Nébel, mirando a su alrededor.              ¡Perdóneme, ya sabe!. .. No sé lo que digo ... ¿ Y su señora vive
               -¡Oh! ¡ No estamos muy bien! Y sobre todo como debe              con usted en el ingenio?
          estar puesta su casa ... Siempre oigo hablar de sus cañavera­              -Sí, generalmente ... Ahora está en Europa.
          les ... ¿Es ése su único establecimiento?                                  -¡  Qué desgracia! Es decir ... ¡ Octavio ! -añadió, abrien-
               -Sí. .. En Entre Ríos también ..  .                              do los brazos, con lágrimas en los ojos-: A usted le puedo
               -¡Qué feliz! Si pudiera uno ... ¡Siempre deseando ir a           contar, usted ha sido casi mi hijo ... ¡Estamos poco menos que
          pasar unos meses en el campo y siempre con el deseo!                  en la miseria! ¿Por qué no quiere que vaya con Lidia? Voy a
               Se calló, echando una fugaz mirada a Nébel. Éste, con el         tener con usted una confesión de madre -concluyó, con una
          corazón apretado, revivía nítidas las impresiones enterradas          pastosa sonrisa y bajando la  voz-:  Usted conoce bien el
          once años en su alma.                                                 corazón de Lidia, ¿no es cierto?
               -Y todo esto por falta de relaciones ... ¡Es difícil tener            Esperó respuesta·, pe�o Nébel permanecía callado.
          un amigo en esas condiciones!                                              -¡Sí, usted la conoce!¿ Y cree que Lidia es mujer capaz
               El corazón de Nébel se contraía cada vez más, y Lidia            de olvidar cuando ha querido?
          entró.                                                                     Ahora había  reforzado  su  insinuación  con  una lenta
               También ella estaba muy cambiada, porque el encanto              guiñada. Nébel valoró entonces de golpe el abismo en que
          de un candor y una frescura de los catorce años no se vuelve          pudo haber caído antes. Era siempre la misma madre, pero ya
          a hallar más en la mujer de veintiséis. Pero bella siempre. Su        envilecida por su propia alma vieja, la morfina y la pobreza. Y
          olfato masculino sintió en su cuello mórbido, en la mansa             Lidia  ... Al verla otra vez había sentido un brusco golpe de
          tranquilidad de su mirada, y en todo lo indefinible que denun­        deseo por la mujer actual de garganta llena y ya estremecida.
          cia al hombre el amor ya gozado, que debía guardar velado             Ante el tratado comercial que le ofrecían, se echó en brazos de
          para siempre el recuerdo de la Lidia que conoció.                     aquella rara conquista que le deparaba el destino.
               Hablaron de cosas muy triviales, con perfecta discreción             -¿No sabes, Lidia?-prorrumpió la madre, alboroza­
          de personas maduras. Cuando ella salió de nuevo un momen­             da, al volver su hija-. Octavio nos invita a pasar una tempo­
          to, la madre reanudó:                                                 rada en su establecimiento. ¿Qué te parece?


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