Page 22 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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-¿Es ahora?  -le preguntó el paternal amigo, estre­              y Nébel, que leía, volvió al fin la cabeza. Una mujer con lento
           chándole con fuerza la mano.                                         y difícil paso avanzaba entre los asientos. Tras una rápida
               -¡Pst!  ¡De  todos  modos! ...  -repuso  el  muchacho,           ojeada a la incómoda persona, Nébel reanudó la lectura. La
           mirando a otro lado.                                                 dama se sentó a su lado, y al hacerlo miró atentamente a su
               El  dibujante,  con  gran  calma,  le  contó  entonces  su       vecino. Nébel, aunque sentía de  vez en cuando la mirada
          propio drama de amor.                                                 extranjera posada sobre él, prosiguió su lectura; pero al fin se
               -Vaya a su casa --concluyó-, y si a las once no ha               cansó y levantó el rostro, extrañado.
           cambiado  de  idea,  vuelva  a  almorzar  conmigo,  si  es  que           -Ya me parecía que era usted --exclamó la dama-,
           tenemos qué. Después hará lo que quiera. ¿Me lo jura?                aunque dudaba, aún ... No me recuerda, ¿no es cierto?
               -Se lo juro --contestó Nébel, devolviéndole su estre­                 -Sí -repuso Nébel, abriendo los ojos-. La señora de
          cho apretón con grandes ganas de llorar.                              Arrizabalaga ...
               En su casa lo esperaba una tarjeta de Lidia:                          Ella vio la sorpresa de Nébel, y sonrió con aire de vieja
                                                                                cortesana que trata aún de parecer bien a un muchacho.
               Idolatrado Octavio: Mi desesperación no puede ser más                 De ella -cuando Nébel la conoció once años atrás­
          grande, pero mamá ha visto que si me casaba con usted, me             sólo quedaban los ojos, aunque más hundidos y ya apagados.
           estaban reservados grandes dolores,  he comprendido como             El cutis  amarillo,  con  tonos  verdosos  en  las  sombras,  se
          ella que lo mejor era separarnos y le jura no olvidarlo nunca,        resquebrajaba en polvorientos surcos. Los pómulos saltaban
                                                      tu Lidia.                 ahora y los labios, siempre gruesos, pretendían ocultar una
                                                                                dentadura del todo cariada. Bajo el cuerpo demacrado se veía
               -¡  Ah, tenía que ser así! --clamó el muchacho, viendo           viva la morfina corriendo por entre los nervios agotados y las
          al mismo tiempo con espanto su rostro demudado en el espejo.          arterias acuosas, hasta haber convertido en aquel esqueleto a
           ¡La madre era quien había inspirado la carta, ella y su maldita      la elegante mujer que un día hojeó la ilustration a su lado.
          locura! Lidia no había podido menos que escribir, y la pobre               -Sí, estoy muy envejecida ... y enferma; he tenido ya
          chica, trastornada, lloraba todo su amor en la redacción-.            ataques a  los riñones ...  Y usted -añadió, mirándolo con
          ¡Ah!  ¡Si pudiera verla algún día, decirle de qué modo la he          ternura-, ¡ siempre igual! Verdad es que no tiene treinta años
          querido, cuánto la quiero ahora, adorada de mi alma! ...
               Temblando fue hasta el velador y cogió el revólver; pero         aún ... Lidia también está igual.
          recordó su nueva promesa, y.durante un larguísimo tiempo                   Nébel levantó los ojos:
          permaneció allí de pie, limpiando obstinadamente con la uña                -¿Soltera?
          una mancha del tambor.                                                     -Sí ... ¡Cuánto se alegrará cuando le cuente! ¿Por qué
                                                                                no le da ese gusto a la pobre? ¿No quiere ir a vernos?
                                                                                     -Con mucho gusto ... -murmuró Nébel.
                                 ÜTOÑO
                                                                                     -Sí,  vaya  pronto;  ya  sabe  lo que  hemos  sido  para
          Una tarde, en Buenos Aires, acababa Nébel de subir al tranvía        . usted ... En fin, Boedo 1483, departamento 14 ... Nuestra posi­
          cuando el coche se detuvo un momento más del conveniente,             ción es tan mezquina ...

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