Page 29 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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recóndito del alma de Nébel el santo orgullo de su adolescen­  -iOctavio!  ¡Me va a matar! -clamó ella con ronca
 cia de no haber tocado jamás, de no haber robado ni un beso   súplica-. ¡Mi hijo Octavio! ¡No podría vivir un día!
 siquiera, a la criatura que lo miraba con radiante candor. Pensó   -¡Es que no vivirá dos horas si le dejo eso! -contestó
 en las palabras de Dostoievski, que hasta ese momento no   Nébel.
 había comprendido: «Nada hay más bello y que fortalezca más   -¡No importa, mi Octavio! ¡Dame, dame la morfina!
 en la vida que un recuerdo puro». Nébel lo había guardado, ese   Nébel dejó que los brazos se tendieran a él inútilmente,
 recuerdo sin  mancha, pureza inmaculada de sus dieciocho   y salió con Lidia.
 años, y que ahora yacía allí, enfangado hasta el cáliz sobre una   -¿Tú sabes la gravedad del estado de tu madre?
 cama de sirvienta.   -Sí... Los médicos me habían dicho ...
 Sintió entonces sobre su cuello dos lágrimas pesadas,   Él 1a miró fijamente.
 silenciosas. Ella a su vez recordaría ... Y las lágrimas de Lidia   -Es que está mucho peor de lo que imaginas.
 continuaban  una  tras  ótra,  regando,  como  una  tumba,  el   Lidia se puso blanca, y mirando afuera ahogó un sollozo
 abominable fin de su único sueño de felicidad.   mordiéndose los labios.
 Durante diez días, la vida prosiguió en común, aunque   -¿No hay médico aquí?-murmuró.
 Nébel estaba casi todo el día afuera. Por tácito acuerdo, Lidia   -Aquí no, ni en diez leguas a la redonda; pero buscare-
 y él se encontraban muy pocas veces solos; y aunque de noche   mos.
 volvían a verse, pasaban aún entonces largo tiempo callados.   Esa tarde llegó el correo cuando estaban solos  en el
 Lidia misma tenía bastante  que  hacer cuidando  a su   comedor y Nébel abrió una carta.
 madre, postrada al fin. Como no había posibilidad de recons­  -¿Noticias? -preguntó  Lidia,  inquieta,  levantando
 truir lo ya podrido, y aun a trueque del peligro inmediato que   los ojos a él.
 ocasionara,  Nébel  pensé  en  suprimir  la  morfina.  Pero  se   -Sí -repuso Nébel prosiguiendo la lectura.
 abstuvo una mañana que, entrando bruscamente en el come­  -¿Del médico ?-volvió Lidia al rato, más ansiosa aún.
 dor, sorprendió a Lidia, que se bajaba precipitadamente las   -No, de  mi mujer -repuso él con la voz dura, sin
 faldas. Tenía en la mano la jeringuilla, y fijó en  Nébel su   levantar los ojos.
 mirada espantada.   •  A las diez de la noche, Lidia llegó corriendo a la pieza de
 -¿Hace mucho tiempo que usas eso? -le preguntó al  Nébel.
 fin.          -¡Octavio! ¡Mamá se muere!. ..
 -Sí -murmuró Lidia, doblando en una convulsión la  Corrieron al cuarto de la enferma. Una intensa palidez
 aguja.   cada verizaba y a el rostro. Tenía los labios desmesuradamente
 Nébel la miró aún y se encogió de hombros.   hinchados y azules, y por entre ellos se escapaba un remedo de
 Sin embargo, como la madre repetía sus inyecciones con   palabra, gutural y a boca llena.
 una frecuencia terrible, para ahogar los dolores de su riñón que   -Pla ... pla ... pla ...
 la morfina concluía de matar, Nébel se decidió a intentar la   N ébel vio enseguida sobre el velador el frasco de morfi­
 salvación de aquella desgraciada, sustrayéndole la droga.   na, casi vacío.


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