Page 17 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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 que el  viejo Nébefño está  dispuesto a esos tráficos, y que antes   la hija, con perfecto buen gusto, y era ésta, sm  u  a, su mayor
 se lo llevará el diablo que consentir en ese matrimonio. Nada   seducción.  Debía de haber tenido,  como mujer, profundo
 más quería decirte.   encanto; ahora la histeria había trabajado mucho su cuerpo­
 El muchacho quería mucho a  su padre,  a  pesar  del   siendo, desde luego, enferma del vientre-. Cuando el latiga­
 carácter de élte;  salió lleno de rabia por no  haber podido   zo de la morfina pasaba,  sus ojos se  empafiaban,  y de la
 desahogar su ira, tanto más violenta cuanto que él mismo la   comisura de los labios, del párpado globoso, pendía una fina
 sabía injusta. Hacía tiempo ya que no lo ignoraba. La madre de   redecilla de arrugas. Pero a pesar de ello, la misma histeria que
 Lidia había sido querida de Arrizabalaga en vida de su marido,   le deshacía los nervios era el alimento un poco mágico que
 y aun cuatro o cinco años después. Se veían todavía de tarde   sostenía su tonicidad.
 en tarde, pero el viejo libertino, arrebujado ahora en su artritis   Quería entrafiablemente a Lidia; y con la moral de las
 de solterón enfermizo, distaba mucho de ser respecto de su   burguesas histéricas, hubiera envilecido a su hija para hacerla
           feliz; esto es, para proporcionarle aquello que habría hecho su
 cuñada lo que se pretendía; y si mantenía el tren de madre e   propia felicidad.
 hija, lo hacía por una especie de agradecimiento de ex amante,   Así, la inquietud del padre de Nébel a este respecto
 y sobre todo para autorizar los chismes actuales que hinchaban   tocaba a su hijo en lo más hondo de sus cuerdas de amante.
 su vanidad.   ¿ Cómo había escapado Lidia? Porque la limpieza de su cutis,
 Nébel evocaba a la madre; y con su estremecimiento de   la franqueza de su pasión de chica que surgía con adorable
 muchacho  loco  por  las mujeres  casadas,  recordaba  cierta   libertad de sus ojos brillantes eran, no ya prueba de pureza,
 noche en que hojeando juntos y reclinados una Ilustration,  sino escalón de noble gozo por el que Nébel ascendía triunfal
 había creído sentir sobre sus nervios, súbitamente, tensos un   a arrancar de una manotada, de la planta podrida, la flor que
 hondo hálito de deseo que surgía del cuerpo pleno que rozaba   pedía por él.
 con él. Al levantar los ojos, Nébel había visto la mirada de ella,   Esta convicción era tan intensa,  que Nébel jamás la
 mareada, posarse pesadamente sobre la suya.   había besado. Una tarde, después de almorzar, en que pasaba
 ¿Se había equivocado? Era rerriblemente histérica, pero   por lo de Arrizabalaga, había sentido loco deseo de verla. Su
 con  raras  crisis  explosivas;  los  nervios  desordenados   dicha fue completa, pues la halló sola, en batón, y los rizos
 repiqueteaban hacia adentro, y de aquí la enfermiza tenacidad   sobre las mejillas. Como Nébel la retuvo contra la pared, ella,
 en un disparate y el súbito abandono de una convicción; y en   riendo y cortada, se recostó en el muro. Y el muchacho, frente
 los pródromos de la crisis, la obstinación creciente, convulsiva,   a ella, tocándola casi, sintió en sus manos inertes la alta
 edificándose con grandes bloques de absurdos. Abusaba de la   felicidad de un amor inmaculado, que tan fácil le habría sido
 morfina por  angustiosa  necesidad  y  por elegancia.  Tenía   manchar.
 treinta  y  siete  afios;  era  alta,  con  labios  muy  gruesos  y   ¡Pero luego, una vez su mujer! Nébel precipitaba cuanto

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