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                                         HOMBRE DE NIEVE



                         Había  una  vez  —en  una  humilde  aldea  nórdica—  dos  mujeres  que
                  asombraban a todos con sus delicadas tallas sobre madera.
                         Una  de  las  mujeres,  viejita,  muy  viejita.  Se  llamaba  Gudelia  y  era  una
                  maravillosa artesana.
                         La otra, joven, muy jovencita. Su nombre era Romilda, le decían "Romi" y
                  era una excelente aprendiz de Gudelia.
                         Todas las semanas, las dos iban hasta el bosque más cercano en busca de
                  ramas y pedazos de troncos para su trabajo. Pero como el bosque más cercano
                  quedaba del otro lado del río que limitaba el norte de la aldea, debían cruzarlo en
                  bote.
                         Cada domingo, Azariel —el botero— las trasladaba de ida al bosque y de
                  vuelta a la aldea, a cambio de una abundante ración de pastel de papas que ellas
                  mismas preparaban especialmente.
                         Un atardecer dominguero, mientras Gudelia y Romi se encontraban atando
                  el  material  que  habían  recolectado,  se  desató  —de  improviso—  una  fuerte
                  tormenta de nieve.
                         Las  dos  corrieron  —entonces—  cargando  los  atados,  en  dirección  a  la
                  orilla donde —habitualmente— las esperaba el botero.
                         Azariel  había  construido  allí  una  cabaña  y  era  común  que  las  mujeres
                  tuvieran  que  entrar  para  despertarlo,  dormido  como  se  quedaba  —
                  aguardándolas— después de tomar unas cuantas copitas de ginebra.
                         Pero en esa oportunidad no lo encontraron; tan tarde llegaron a la cabaña...
                  La tormenta les había dificultado la marcha por el bosque.
                         A pesar de la nieve que bajaba biombos y de la correntada que agitaba las
                  aguas, Romi pudo ver que el bote del señor Azariel ya estaba amarrado del otro
                  lado del río.
                         No les quedaba más remedio que buscar refugio en la cabaña y confiar en
                  que las condiciones del tiempo mejoraran pronto.
                         Se cobijaron —entonces— dentro de la cabaña.
                         El único cuarto del que constaba la construcción estaba helado. No había
                  ningún alimento, ni bebida, ni siquiera un brasero con el que aliviar el intenso
                  frío.
                         Apenas un camastro y una botella con restos de ginebra.
                         Romi tuvo que insistir mucho para que la viejita usara el camastro.
                         Bondadosa como era Gudelia y tanto como quería a la niña, fue después
                  de un rato de:
                         —Usted.
                         —No, usted.
                         —Insisto en que usted.
                         —Digo que usted.
                         —Usted.


                  1  Versión libérrima de "YUKI ONNA" (Mujer de nieve), leyenda japonesa


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