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—Los vamos a preocupar mucho. Y —además—¿qué les decimos? ¿que
                  estamos  asustados  por  un  fantasma?  Si  el  sábado  a  la  madrugada  ya  van  a
                  llegar... Dale, nena, confianza en mí. No seré Superhombre pero conmigo no va a
                  poder un vulgar fantasmita... Después de todo, estamos bien, ¿o no?
                         Semi  convencida,  Greta  dijo  que  sí  —durante  el  resto  de  ese  día—  se
                  quedaron  a  comer  en  la  playa,  provistos  como  habían  ido  con  una  canasta  de
                  alimentos, sombrilla, reposeras, revistas, paletas y la infaltable novela de amor de
                  Greta. Pasaron un día  "bárbaro", como decían ellos. La inquietud  de las horas
                  pasadas parecía haber quedado definitivamente atrás.
                         Pero no.
                         Cuando  regresaron  a  la  casa  —alrededor  de  las  ocho  de  la  noche—
                  Marvin subió a darse un baño.
                         Estaba  convertido  en  una  "milanesa  humana",  después  del  juego  de
                  enterrarse en la arena hasta el cuello.
                         Greta  sacudía  las  lonas  ——antes  de  entrar—  cuando  alcanzó  a  oír  el
                  piiiiip  del  contestador  telefónico,  anunciando  que  acabada  de  grabarse  un
                  llamado. Corrió hacia el aparato.
                         —Llamado de mami, seguro —pensó.
                         Puso  en  funcionamiento  el  rebobinador  de  la  casete  de  grabación  y  se
                  dispuso a escuchar el mensaje.
                         Lo que escuchó le sacudió el corazón.
                         Era la voz de un jovencito —sin dudas— que se expresaba medio como
                  pegando  cada  palabra  con  la  siguiente;  tal  como  si  hiciera  un  esfuerzo
                  sobrehumano para hablar y que decía:
                         —EestoooyenamoraaadodeGreeta.
                         AamoooaGreetaa.
                         QuieeroqueedarmesooloconGreetaa.
                         Estas tres oraciones  —estiradas como goma de mascar— eran repetidas
                  hasta que concluía el tiempo de grabación con un largo suspiro entrecortado.
                         La chica corrió escaleras arriba. Se oía la ducha y el canturreo de Marvin.
                  Ya iba a llamarlo  —angustiada— cuando vio que el teléfono del cuarto de su
                  hermano estaba descolgado.
                         —Ajá. Conque fue él. Qué broma siniestra me hizo el condenado. Ya me
                  las va a pagar.
                         Entró en el cuarto de Marvin —de puntillas, y colgó el auricular.
                         —Ahora va a venir aquí a vestirse. Buen susto le voy a dar.
                         Y  Greta  decidió  ocultarse  debajo  de  la  cama.  Ya  llegaría  Marvin,  ya
                  buscaría  sus  zapatillas...  y  entonces...  —¡zápate!—  ella  le  tomaría  las  manos.
                  Creyendo —como él creería— que su hermana se encontraba en la planta baja...
                  ¡Ja!
                         Va a ver, ése. Se le van a erizar los pelos...
                         Greta  levantó  —entonces—  la  colcha.  Se  arrodilló  junto  a  la  cama.
                  Empezaba a acostarse sobre el parquet cuando vio —junto a las zapatillas de su
                  hermano— aquellos pies descalzos, separados de todo cuerpo. Un par de pies de
                  varón que salieron disparando de la habitación, como al impulso de los gritos de
                  la jovencita.




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