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De que se enamoren de él.
A las inmobiliarias de "Villa La Resolana" les interesa su negocio y —
además— a ellos no les consta de que ciertos hechos hayan sucedido tal como se
rumorea. Opinan que se trata de desgraciadas casualidades y que la gente suele
ser muy impresionable. Por eso, se cuidan mucho de divulgar lo que cuentan
algunos de los más viejos lugareños: dicen que esa casa había sido construida —a
principios de siglo— por la familia Padilla. A ella pertenecía Gastón, un
simpático jovencito de doce o trece años, de pelo rubio, ondulado y abundante,—
el mismo que había muerto ahogado ahí nomás —frente a la casa— pocos días
después de que la habían estrenado.
Su abuela —la única moradora que quiso permanecer en la residencia
hasta su propia muerte, que fue de puro viejita nomás— aseguraba que el
fantasma del pobrecito de su nieto preferido vagaba por allí, almita en pena a la
que ella no podía dejar sola.
Varios años después, los Caride y —más adelante— los Ayerza —
familias que compraron la casa sucesivamente— dijeron —al abandonarla— que
en ese sitio sucedían cosas muy raras.
Algunos cuentan que tanto los Caride como los Ayerza habían estado a
punto de perder una de sus hijas menores —ahogadas en el mar mientras pasaban
allí sus vacaciones— y que los muchachos de ambas familias —hermanos o
novios— sufrieron extraños accidentes, como si el ánima se hubiera sentido
celosa de ellos.
Otros —los más imaginativos y soñadores— dicen que ningún fantasma
puede descansar en paz si —mientras fue un ser vivo— nunca ha estado
enamorado o —lo que es, acaso, más triste— si muere cuando aún nadie se ha
enamorado de él.
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