Page 63 - Historia de una gaviota y del gato que le enseño a volar - 6° - Septiembre
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En el interior, el humano tecleaba en su máquina de escribir. Se
                  sentía dichoso porque estaba a punto de terminar un poema y los
                  versos   le   salían   con   una   fluidez   asombrosa.   De   pronto,   desde   la
                  terraza le llegaron los maullidos de un gato que no era su Bubulina.
                  Eran unos maullidos destemplados y que sin embargo parecían tener
                  cierto ritmo. Entre molesto e intrigado salió a la terraza y tuvo que
                  restregarse los ojos para creer lo que veía.
                       Bubulina se tapaba las orejas con las dos patas delanteras sobre
                  la cabeza y, frente a ella, un gato grande, negro y gordo, sentado
                  sobre la base del espinazo y la espalda apoyada en una maceta,
                  sostenía el rabo con una pata delantera como si fuera un contrabajo y
                  con la otra simulaba rasgar sus cuerdas, mientras soltaba enervantes
                  maullidos.
                       Repuesto de la sorpresa no pudo reprimir la risa y, cuando se
                  dobló apretándose el vientre de tanto reír, Zorbas aprovechó para
                  colarse en el interior de la casa.
                       Cuando el humano, todavía muerto de risa, se dio la vuelta, se
                  encontró al gato grande, negro y gordo sentado en un sillón.
                       —¡Vaya concierto! Eres un seductor muy original, pero me temo
                  que a Bubulina no le gusta tu música. ¡Menudo concierto! —dijo el
                  humano.
                       —Sé que canto muy mal. Nadie es perfecto —respondió Zorbas en
                  el lenguaje de los humanos.
                       El humano abrió la boca, se dio un golpe en la cara y apoyó la
                  espalda contra una pared.
                       —Ha... ha... hablas —exclamó el humano.
                       —Tú también lo haces y yo no me extraño. Por favor, cálmate —le
                  aconsejó Zorbas.
                       —U... un ga... gato... que habla —dijo el humano dejándose caer
                  en el sofá.
                       —No hablo, maúllo, pero en tu idioma. Sé maullar en muchos
                  idiomas —indicó Zorbas.
                       El humano se llevó las manos a la cabeza y se cubrió los ojos
                  mientras  repetía «es el  cansancio, es el  cansancio». Al retirar las
                  manos el gato grande, negro y gordo seguía en el sillón.
                       —Son   alucinaciones.   ¿Verdad   que   eres   una   alucinación?   —
                  preguntó el humano.
                       —No, soy un gato de verdad que maúlla contigo —le aseguró
                  Zorbas—.   Entre   muchos   humanos,   los   gatos   del   puerto   te   hemos
                  elegido a ti para confiarte un gran problema, y para que nos ayudes.
                  No estás loco. Yo soy real.
                       —¿Y dices que maúllas en muchos idiomas? —preguntó incrédulo
                  el humano.
                       —Supongo que quieres una prueba. Adelante —propuso Zorbas.
                       —Buon giorno —dijo el humano.
                       —Es tarde. Mejor digamos buona sera —corrigió Zorbas.
                       —Kalimera —insistió el humano.
                       —Kalispera, ya te dije que es tarde —volvió a corregir Zorbas.
                       —Doberdan! —gritó el humano.
                       —Dobreutra, ¿me crees ahora? —preguntó Zorbas.


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