Page 66 - Historia de una gaviota y del gato que le enseño a volar - 6° - Septiembre
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El vuelo
Una espesa lluvia caía sobre Hamburgo y de los jardines se
elevaba el aroma de la tierra húmeda. Brillaba el asfalto de las calles
y los anuncios de neón se reflejaban deformes en el suelo mojado. Un
hombre enfundado en una gabardina caminaba por una calle solitaria
del puerto dirigiendo sus pasos hacia el bazar de Harry.
—¡De ninguna manera! —chilló el chimpancé—. ¡Aunque me
claven sus cincuenta garras en el culo yo no les abro la puerta!
—Pero si nadie tiene intención de hacerte daño. Te pedimos un
favor, eso es todo —maulló Zorbas.
—El horario de apertura es de nueve de la mañana a seis de la
tarde. Es el reglamento y debe ser respetado —chilló Matías.
—¡Por los bigotes de la morsa! ¿Es que no puedes ser amable una
vez en tu vida, macaco? —maulló Barlovento.
—Por favor, señor mono —graznó suplicante Afortunada.
—¡Imposible! El reglamento me prohíbe estirar la mano y correr el
cerrojo que ustedes, por no tener dedos, sacos de pulgas, no pueden
abrir —chilló con sorna Matías.
—Eres un mono terrible, ¡terrible! —maulló Sabelotodo.
—Hay un humano afuera y está mirando el reloj —maulló
Secretario, que atisbaba por una ventana.
—¡Es el poeta! ¡No hay tiempo que perder! —maulló Zorbas
corriendo a toda velocidad hacia la ventana.
Las campanas de la iglesia de San Miguel empezaron a tañer los
doce toques de medianoche y un ruido de cristales rotos sobresaltó al
humano. El gato grande, negro y gordo cayó a la calle en medio de
una lluvia de astillas, pero se incorporó sin preocuparse de las heridas
en la cabeza y saltó de nuevo hacia la ventana por la que había
salido.
El humano se acercó en el preciso momento en que una gaviota
era alzada por varios gatos hasta el alféizar. Detrás de los gatos, un
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