Page 91 - El club de los que sobran
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—Yo debería estar en Pueblo Seco —dije casi tartamudeando.
Pero nadie me dio mucha importancia. Chupete y Pablo se abalanzaron sobre las cajas,
mientras la Dominga me informó:
—Revisamos la bodega. Está llena de cosas, pero no hay ninguna factura o boleta que
nos dé alguna dirección.
—¿De qué estás hablando?
—Necesitamos saber de dónde vienen todas esas cajas. Debe haber algún lugar, alguna
dirección, Gabriel.
—Acá no hay nada —dijo Pablo. A los segundos, Chupete asintió.
—Tal vez debamos irnos antes de que despierte —dijo mi hermano.
Nadie le discutió. Nos dimos vuelta, dispuestos a huir como los ladrones que éramos,
pero justo antes de salir de la cocina me di cuenta de lo que me esperaba: don Juan se
despertaría, las preguntas llegarían, y ya lo saben, tarde o temprano, alguien abriría la
boca. Alguien como Chupete, seguramente, así que…
—Esperen…
Todos me miraron. Parecían esos suricatos esperando la orden del jefe de su manada
para huir en medio de la selva.
Me acerqué al cuerpo de don Juan y revisé sus bolsillos. Luego, leí todo lo que saqué
de ellos. Hasta que di con el tesoro.
—¡Acá está!
—¿Qué es eso? —preguntó Pablo.
—Alguien tenía que firmar para que dejaran estas cajas. Y ese alguien está acá,
inconsciente, pero está.
Leí la guía de despacho y pronto encontré una dirección. La Dominga tenía razón: si
supermercados Eco quería poner una megainstalación, antes tenía que partir con una
sucursal pequeña, al menos una bodega.
—Está cerca —informé.
—¿Quién? —preguntó Chupete.
—¡El Chuña, pos! ¿O ya te olvidaste por qué estamos metidos en esto?
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