Page 96 - El club de los que sobran
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Así que me di media vuelta y enfilé hacia el lugar por donde habíamos entrado, la bodega
          de la oscuridad. Se diría que prácticamente corrí. Por eso cuando llegué y vi a Pablo y a
          Chupete tirados en el suelo, creí que me estaban bromeando. Mi hermano solo atinó a
          decir:
             —Agáchate, que hay guardias en todas partes.
             Miré hacia afuera. Luces de linternas alumbraban por todos lados. Yo me arrastré a su
          lado y entonces percibí el olor a miedo. Pablo me preguntó:
             —¿Y la Dominga?
             —No está —expliqué.
             —Sí, tarado, eso ya lo sé. ¿Dónde está?
             —Se fue.
             —¿Se fue dónde?
             —A salvar al Chuña, Pablo. ¿Estás contento? Tu polola se fue a salvar al Chuña antes
          de que lo maten. Y de paso, seguramente la van a matar a ella. ¿Suficiente? Ahora puedes
          dejar de hincharme y dejarme tranquilo.
             No hubo respuesta de Pablo porque justo en ese momento una puerta se abrió y las
          luces de las linternas empezaron a husmear el lugar. Por suerte estábamos tras unas cajas,
          así que no nos vieron. Pero para serles sinceros, la cosa no pintaba muy bien.

                                                          * * *

             Como les relaté al comienzo de esta historia, mi amigo Chupete se acaba de hacer pipí
          en  los  pantalones.  A  eso  súmenle  el  enojo  de  mi  hermano  por  haber  dejado  sola  a  la
          Dominga, más la disyuntiva que nos aqueja el cerebro, pero que ninguno se atreve a decir
          en  voz  alta:  ¿qué  hacemos?  ¿Salvamos  a  la  Dominga  y  al  Chuña  o  salvamos  nuestro
          pellejo?











































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