Page 45 - Un-mundo-feliz-Huxley
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de energía adicional que no empleas, como el agua que se desploma por una
cascada en lugar de caer a través de las turbinas?
Y miró a Bernard interrogadoramente.
—¿Te refieres a todas las emociones que uno podría sentir si las cosas
fuesen de otro modo?
Helmholtz movió la cabeza.
—No es esto exactamente. Me refiero a un sentimiento extraño que
experimento de vez en cuando, el sentimiento de que tengo algo importante que
decir y de que estoy capacitado para decirlo; sólo que no sé de qué se trata y no
puedo emplear mi capacidad. Si hubiese alguna otra manera de escribir… O
alguna otra cosa sobre la cual escribir… —Guardó silencio unos instantes, y, al
fin, prosiguió—: Soy muy experto en la creación de frases; encuentro esa clase
de palabras que le hacen saltar a uno como si se hubiese sentado en un alfiler,
que parecen nuevas y excitantes aun cuando se refieran a algo que es
hipnopédicamente obvio. Pero esto no me basta. No basta que las frases sean
buenas; también debe ser bueno lo que se hace con ellas.
—Pero lo que tú escribes es útil, Helmholtz.
—Para lo que está destinado, sí. —Se encogió de hombros Helmholtz—.
Pero su destino, ¡es tan poco trascendente! No son cosas importantes. Y yo
tengo la sensación de que podría hacer algo mucho más importante. Sí, y más
intenso, más violento. Pero, ¿qué? ¿Qué se puede decir, que sea más
importante? ¿Y cómo se puede ser violento tratando de las cosas que esperan
que uno escriba? Las palabras pueden ser como los rayos X, si se emplean
adecuadamente: pasan a través de todo. Las lees y te traspasan. Ésta es una de
las cosas que intento enseñar a mis alumnos: a escribir de manera penetrante.
Pero, ¿de qué sirve que te penetre un artículo sobre un Canto de Comunidad, o
la última mejora en los órganos de perfumes? Además, ¿es posible hacer que las
palabras sean penetrantes como los rayos X, más potentes cuando se escribe
acerca de cosas como éstas? ¿Cabe decir algo acerca de nada? A fin de cuentas,
éste es el problema.
—¡Silencio! —dijo Bernard—. Creo que hay alguien en la puerta —susurró.
Helmholtz se puso en pie, cruzó la estancia de puntillas, y con un
movimiento rápido y brusco abrió la puerta de par en par. Naturalmente, no
había nadie.
—Lo siento —dijo Bernard, sintiéndose en ridículo—. Supongo que estoy
un poco nervioso. Cuando la gente empieza a sospechar de uno, acabas por
sospechar también de todos.
Se pasó una mano por los ojos, suspiró y su voz se hizo quejumbrosa. Se
justificaba.
—Si supieras todo lo que he tenido que aguantar últimamente… —dijo, casi
llorando; y la marea ascendente de su autocompasión era como si se hubiese
derrumbado la presa de un embalse—. ¡Si lo supieras!
Helmholtz le escuchaba con cierta sensación de incomodidad. «¡Pobrecillo
Bernard!», se dijo. Pero al mismo tiempo se sentía avergonzado por su amigo.
Bernard debía dar muestras de tener un poco más de orgullo.