Page 31 - Un-mundo-feliz-Huxley
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dolor  eternamente  aislante,  no  es  de  extrañar  que  sintieran  intensamente  las
                  cosas y sintiéndolas así (y, peor aún, en soledad, en un aislamiento individual
                  sin esperanzas), ¿cómo podían ser estables?
                        —Claro que no tienes necesidad de dejarle. Pero sal con algún otro de vez
                  en cuando. Esto basta. Él va con otras muchachas, ¿no es verdad?
                        Lenina lo admitió.
                        —Claro  que  sí.  Henry  Foster  es  un  perfecto  caballero,  siempre  correcto.
                  Además, tienes que pensar en el director. Ya sabes que es muy quisquilloso…
                        Asintiendo con la cabeza, Lenina dijo:
                        —Esta tarde me ha dado una palmadita en el trasero.
                        —¿Lo ves? —Fanny se mostraba triunfal—. Esto te demuestra qué es lo que
                  importa por encima de todo. El convencionalismo más estricto.
                        —Estabilidad  —dijo  el  Interventor—,  estabilidad.  No  cabe  civilización
                  alguna  sin  estabilidad  social.  Y  no  hay  estabilidad  social  sin  estabilidad
                  individual.
                        Su  voz  sonaba  como  una  trompeta.  Escuchándole,  los  estudiantes  se
                  sentían más grandes, más ardientes.
                        La  máquina  gira,  gira,  y  debe  seguir  girando,  siempre.  Si  se  para,  es  la
                  muerte. Un millar de millones se arrastraban por la corteza terrestre. Las ruedas
                  empezaron  a  girar.  En  ciento  cincuenta  años  llegaron  a  los  dos  mil  millones.
                  Párense  todas  las  ruedas.  Al  cabo  de  ciento  cincuenta  semanas  de  nuevo  hay
                  sólo mil millones; miles y miles de hombres y mujeres han perecido de hambre.
                        Las  ruedas  deben  girar  continuamente,  pero  no  al  azar.  Debe  haber
                  hombres que las vigilen, hombres tan seguros como las mismas ruedas en sus
                  ejes, hombres cuerdos, obedientes, estables en su contentamiento.
                        Si  gritan:  «Hijo  mío,  madre  mía,  mi  único  amor»;  si  chillan  de  dolor,
                  deliran de fiebre, sufren a causa de la vejez y la pobreza… ¿cómo pueden cuidar
                  de las ruedas? Y si no pueden cuidar de las ruedas… Sería muy difícil enterrar o
                  quemar los cadáveres de millares y millares y millares de hombres y mujeres.
                        —Y al fin y al cabo —el tono de voz de Fanny era un arrullo—, no veo que
                  haya nada doloroso o desagradable en el hecho de tener a uno o dos hombres
                  además  de  Henry.  Teniendo  en  cuenta  todo  esto,  deberías  ser  un  poco  más
                  promiscua…
                        —Estabilidad  —insistió  el  Interventor—,  estabilidad.  La  necesidad
                  primaria y última. Estabilidad. De ahí todo esto.
                        Con un movimiento de la mano señaló los jardines, el enorme edificio del
                  Centro de Condicionamiento, los niños desnudos semiocultos en la espesura o
                  corriendo por los prados.
                        Lenina movió negativamente la cabeza.
                        —No  sé  por  qué  —musitó—  últimamente  no  me  he  sentido  muy  bien
                  dispuesta a la promiscuidad. Hay momentos en que una no debe. ¿Nunca lo has
                  sentido así, Fanny?
                        Fanny asintió con simpatía y comprensión.
                        —Pero es preciso hacer un esfuerzo —dijo sentenciosamente—, es preciso
                  tomar  parte  en  el  juego.  Al  fin  y  al  cabo,  todo  el  mundo  pertenece  a  todo  el
                  mundo.
                        —Sí,  todo  el  mundo  pertenece  a  todo  el  mundo  —repitió  Lenina
                  lentamente; y, suspirando, guardó silencio un momento; después, cogiendo la
                  mano de Fanny, se la estrechó ligeramente—. Tienes toda la razón, Fanny. Como
                  siempre. Haré un esfuerzo.
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