Page 15 - Un-mundo-feliz-Huxley
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—Éste es el espíritu que me gusta —volvió a decir el director—. Demos una
                  vueltecita. Cuénteselo usted todo, Mr. Foster.
                        Y Mr. Foster se lo contó todo.
                        Les habló del embrión que se desarrollaba en su lecho de peritoneo. Les
                  dio a probar el rico sucedáneo de la sangre con que se alimentaba. Les explicó
                  por qué había de estimularlo con placentina y tiroxina. Les habló del extracto de
                  corpus luteum. Les enseñó las mangueras por medio de las cuales dicho extracto
                  era  inyectado  automáticamente  cada  doce  metros,  desde  cero  hasta  2.040.
                  Habló de las dosis gradualmente crecientes de pituitaria administradas durante
                  los noventa y seis metros últimos del recorrido. Describió la circulación materna
                  artificial instalada en cada frasco, en el metro ciento doce, les enseñó el depósito
                  de  sucedáneo  de  la  sangre,  la  bomba  centrífuga  que  mantenía  al  líquido  en
                  movimiento por toda la placenta y lo hacía pasar a través del pulmón sintético y
                  el filtro de los desperdicios. Se refirió a la molesta tendencia del embrión a la
                  anemia, a las dosis masivas de extracto de estómago de cerdo y de hígado de
                  potro fetal que, en consecuencia, había que administrar.
                        Les  enseñó  el  sencillo  mecanismo  por  medio  del  cual,  durante  los  dos
                  últimos  metros  de  cada  ocho,  todos  los  embriones  eran  sacudidos
                  simultáneamente  para  que  se  acostumbraran  al  movimiento.  Aludió  a  la
                  gravedad del llamado «trauma de la decantación» y enumeró las precauciones
                  que se tomaban para reducir al mínimo, mediante el adecuado entrenamiento
                  del  embrión  envasado,  tan  peligroso  shock.  Les  habló  de  las  pruebas  de  sexo
                  llevadas a cabo en los alrededores del metro doscientos. Explicó el sistema de
                  etiquetaje: una T para los varones, un círculo para las hembras, y un signo de
                  interrogación negro sobre fondo blanco para los destinados a hermafroditas.
                        —Porque, desde luego —dijo Mr. Foster—, en la gran mayoría de los casos
                  la  fecundidad  no  es  más  que  un  estorbo.  Un  solo  ovario  fértil  de  cada  mil
                  doscientos  bastaría  para  nuestros  propósitos.  Pero  queremos  poder  elegir  a
                  placer. Y, desde luego, conviene siempre dejar un buen margen de seguridad.
                  Por esto permitimos que hasta un treinta por ciento de embriones hembra se
                  desarrollen normalmente. A los demás les administramos una dosis de hormona
                  sexual femenina cada veinticuatro metros durante lo que les queda de trayecto.
                  Resultado: son decantados como hermafroditas, completamente normales en su
                  estructura,  excepto  —tuvo  que  reconocer—  que  tienen  una  ligera  tendencia  a
                  echar  barba,  pero  estériles.  Con  una  esterilidad  garantizada.  Lo  cual  nos
                  conduce por fin —prosiguió Mr. Foster— fuera del reino de la mera imitación
                  servil  de  la  Naturaleza  para  pasar  al  mundo  mucho  más  interesante  de  la
                  invención humana.
                        Se frotó las manos. Porque, desde luego, ellos no se limitaban meramente
                  a incubar embriones; cualquier vaca podría hacerlo.
                        —También  predestinamos  y  condicionamos.  Decantamos  nuestros  críos
                  como  seres  humanos  socializados,  como  Alfas  o  Epsilones,  como  futuros
                  poceros  o  futuros…  —Iba  a  decir  «futuros  Interventores  Mundiales»,  pero
                  rectificando a tiempo, dijo—… futuros Directores de Incubadoras.
                        El director agradeció el cumplido con una sonrisa.
                        Pasaban en aquel momento por el metro 320 del Estante nº 11. Un joven
                  Beta-Menos,  un  mecánico,  estaba  atareado  con  un  destornillador  y  una  llave
                  inglesa, trabajando en la bomba de sucedáneo de la sangre de una botella que
                  pasaba. Cuando dio vuelta a las tuercas, el zumbido del motor eléctrico se hizo
                  un poco más grave. Bajó más aún, y un poco más… Otra vuelta a la llave inglesa,
                  una  mirada  al  contador  de  revoluciones,  y  terminó  su  tarea.  El  hombre
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