Page 13 - Un-mundo-feliz-Huxley
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ciento cincuenta grupos de mellizos idénticos; y todo ello en el plazo de dos
años.
—Y, en casos excepcionales, podemos lograr que un solo ovario produzca
más de quince mil individuos adultos.
Volviéndose hacia un joven rubio y coloradote que en aquel momento
pasaba por allá, lo llamó:
—Mr. Foster. ¿Puede decimos cuál es la marca de un solo ovario, Mr.
Foster?
—Dieciséis mil doce en este Centro —contestó Mr. Foster sin vacilar.
Hablaba con gran rapidez, tenía unos ojos azules muy vivos, y era evidente que
le producía un intenso placer citar cifras—. Dieciséis mil doce, en ciento ochenta
y nueve grupos de mellizos idénticos. Pero, desde luego, se ha conseguido
mucho más —prosiguió atropelladamente— en algunos centros tropicales.
Singapur ha producido a menudo más de dieciséis mil quinientos; y Mombasa
ha alcanzado la marca de los diecisiete mil. Claro que tienen muchas ventajas
sobre nosotros. ¡Deberían ustedes ver cómo reacciona un ovario de negra a la
pituitaria! Es algo asombroso, cuando uno está acostumbrado a trabajar con
material europeo. Sin embargo —agregó, riendo (aunque en sus ojos brillaba el
fulgor del combate y avanzaba la barbilla retadoramente)—, sin embargo, nos
proponemos batirles, si podemos. Actualmente estoy trabajando en un
maravilloso ovario Delta-Menos. Sólo cuenta dieciocho meses de antigüedad. Ya
ha producido doce mil setecientos hijos, decantados o en embrión. Y sigue
fuerte. Todavía les ganaremos.
—¡Éste es el espíritu que me gusta! —exclamó el director; y dio unas
palmadas en el hombro de Mr. Foster—. Venga con nosotros y permita a estos
muchachos gozar de los beneficios de sus conocimientos de experto.
Mr. Foster sonrió modestamente.
—Con mucho gusto —dijo.
Y siguieron la visita. En la Sala de Envasado reinaba una animación
armoniosa y una actividad ordenada. Trozos de peritoneo de cerda, cortados ya
a la medida adecuada, subían disparados en pequeños ascensores, procedentes
del Almacén de Órganos de los sótanos. Un zumbido, después un chasquido, y
las puertas del ascensor se abrían de golpe; el forrador de envases sólo tenía que
alargar la mano, coger el trozo, introducirlo en el frasco, alisarlo, y antes de que
el envase debidamente forrado por el interior se hallara fuera de su alcance,
transportado por la cinta sin fin, un zumbido, un chasquido, y otro trozo de
peritoneo era disparado desde las profundidades, a punto para ser deslizado en
el interior de otro frasco, el siguiente de aquella lenta procesión que la cinta
transportaba.
Después de los forradores había los matriculadores. La procesión
avanzaba; uno a uno, los óvulos pasaban de sus tubos de ensayo a unos
recipientes más grandes; diestramente, el forro de peritoneo era cortado, la
morula situada en su lugar, vertida la solución salina… y ya el frasco había
pasado y les llegaba la vez a los etiquetadores. Herencia, fecha de fertilización,
grupo de Bokanovsky al que pertenecía, todos estos detalles pasaban del tubo de
ensayo al frasco. Sin anonimato ya, con sus nombres a través de una abertura de
la pared, hacia la Sala de Predestinación Social.
—Ochenta y ocho metros cúbicos de fichas —dijo Mr. Foster, satisfecho, al
entrar.
—Que contienen toda la información de interés —agregó el director.
—Puestas al día todas las mañanas.