Page 20 - Un-mundo-feliz-Huxley
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explosión. Cada vez más aguda, empezó a sonar una sirena. Timbres de alarma
                  se dispararon, locamente.
                        Los  chiquillos  se  sobresaltaron  y  rompieron  en  chillidos;  sus  rostros
                  aparecían convulsos de terror.
                        —Y  ahora  —gritó  el  director  (porque  el  estruendo  era  ensordecedor)—,
                  ahora pasaremos a reforzar la lección con un pequeño shock eléctrico.
                        Volvió  a  hacer  una  señal  con  la  mano,  y  la  enfermera  jefe  pulsó  otra
                  palanca. Los chillidos de los pequeños cambiaron súbitamente de tono. Había
                  algo desesperado, algo casi demencial, en los gritos agudos, espasmódicos, que
                  brotaban  de  sus  labios.  Sus  cuerpecitos  se  retorcían  y  cobraban  rigidez;  sus
                  miembros  se  agitaban  bruscamente,  como  obedeciendo  a  los  tirones  de
                  alambres invisibles.
                        —Podemos  electrificar  toda  esta  zona  del  suelo  —gritó  el  director,  como
                  explicación—. Pero ya basta.
                        E hizo otra señal a la enfermera.
                        Las  explosiones  cesaron,  los  timbres  enmudecieron,  y  el  chillido  de  la
                  sirena fue bajando de tono hasta reducirse al silencio. Los cuerpecillos rígidos y
                  retorcidos se relajaron, y lo que había sido el sollozo y el aullido de unos niños
                  desatinados volvió a convertirse en el llanto normal del terror ordinario.
                        —Vuelvan a ofrecerles las flores y los libros.
                        Las enfermeras obedecieron; pero ante la proximidad de las rosas, a la sola
                  vista de las alegres y coloreadas imágenes de los gatitos, los gallos y las ovejas,
                  los  niños  se  apartaron  con  horror,  y  el  volumen  de  su  llanto  aumentó
                  súbitamente.
                        —Observen —dijo el director, en tono triunfal—. Observen.
                        Los  libros  y  ruidos  fuertes,  flores  y  descargas  eléctricas;  en  la  mente  de
                  aquellos niños ambas cosas se hallaban ya fuertemente relacionadas entre sí; y
                  al cabo de doscientas repeticiones de la misma o parecida lección formarían ya
                  una  unión  indisoluble.  Lo  que  el  hombre  ha  unido,  la  Naturaleza  no  puede
                  separarlo.
                        —Crecerán con lo que los psicólogos solían llamar un odio instintivo hacia
                  los libros y las flores. Reflejos condicionados definitivamente. Estarán a salvo de
                  los  libros  y  de  la  botánica  para  toda  su  vida.  —El  director  se  volvió  hacia  las
                  enfermeras—. Llévenselos.
                        Llorando todavía, los niños vestidos de caqui fueron cargados de nuevo en
                  los carritos y retirados de la sala, dejando tras de sí un olor a leche agria y un
                  agradable silencio.
                        Uno  de  los  estudiantes  levantó  la  mano;  aunque  comprendía
                  perfectamente  que  no  podía  permitirse  que  los  miembros  de  una  casta  baja
                  perdieran el tiempo de la comunidad en libros, y que siempre existía el riesgo de
                  que  leyeran  algo  que  pudiera,  por  desdicha,  destruir  uno  de  sus  reflejos
                  condicionados,  sin  embargo…,  bueno,  no  podía  comprender  lo  de  las  flores.
                  ¿Por  qué  tomarse  la  molestia  de  hacer  psicológicamente  imposible  para  los
                  Deltas el amor a las flores?
                        Pacientemente, el DIC se  explicó. Si se inducía  a los niños  a  chillar a la
                  vista de una rosa, ello obedecía a una alta política económica. No mucho tiempo
                  atrás (aproximadamente un siglo), los Gammas, los Deltas y hasta los Epsilones
                  habían  sido  condicionados  de  modo  que  les  gustaran  las  flores;  las  flores  en
                  particular, y la naturaleza salvaje en general. El propósito, entonces, estribaba
                  en  inducirles  a  salir  al  campo  en  toda  oportunidad,  con  el  fin  de  que
                  consumieran transporte.
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