Page 10 - Un-mundo-feliz-Huxley
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Capítulo I
Un edificio gris, achaparrado, de sólo treinta y cuatro plantas. Encima de
la entrada principal las palabras: Centro de Incubación y Condicionamiento de
la Central de Londres, y, en un escudo, la divisa del Estado Mundial:
Comunidad, Identidad, Estabilidad.
La enorme sala de la planta baja se hallaba orientada hacia el Norte. Fría a
pesar del verano que reinaba en el exterior y del calor tropical de la sala, una luz
cruda y pálida brillaba a través de las ventanas buscando ávidamente alguna
figura yacente amortajada, alguna pálida forma de académica carne de gallina,
sin encontrar más que el cristal, el níquel y la brillante porcelana de un
laboratorio. La invernada respondía a la invernada. Las batas de los
trabajadores eran blancas, y éstos llevaban las manos embutidas en guantes de
goma de un color pálido, como de cadáver. La luz era helada, muerta, fantasmal.
Sólo de los amarillos tambores de los microscopios lograba arrancar cierta
calidad de vida, deslizándose a lo largo de los tubos y formando una dilatada
procesión de trazos luminosos que seguían la larga perspectiva de las mesas de
trabajo.
—Y ésta —dijo el director, abriendo la puerta— es la Sala de Fecundación.
Inclinados sobre sus instrumentos, trescientos fecundadores se hallaban
entregados a su trabajo, cuando el director de Incubación y Condicionamiento
entró en la sala, sumidos en un absoluto silencio, sólo interrumpido por el
distraído canturreo o silboteo solitario de quien se halla concentrado y abstraído
en su labor. Un grupo de estudiantes recién ingresados, muy jóvenes,
rubicundos e imberbes, seguía con excitación, casi abyectamente, al director,
pisándole los talones. Cada uno de ellos llevaba un bloc de notas en el cual, cada
vez que el gran hombre hablaba, garrapateaba desesperadamente. Directamente
de labios de la ciencia personificada. Era un raro privilegio. El DIC de la central
de Londres tenía siempre un gran interés en acompañar personalmente a los
nuevos alumnos a visitar los diversos departamentos.
—Sólo para darles una idea general —les explicaba.
Porque, desde luego, alguna especie de idea general debían tener si habían
de llevar a cabo su tarea inteligentemente; pero no demasiado grande si habían
de ser buenos y felices miembros de la sociedad, a ser posible. Porque los
detalles, como todos sabemos, conducen a la virtud y la felicidad, en tanto que
las generalidades son intelectualmente males necesarios. No son los filósofos
sino los que se dedican a la marquetería y los coleccionistas de sellos los que
constituyen la columna vertebral de la sociedad.
—Mañana —añadió, sonriéndoles con campechanía un tanto
amenazadora— empezarán ustedes a trabajar en serio. Y entonces no tendrán
tiempo para generalidades. Mientras tanto…
Mientras tanto, era un privilegio. Directamente de los labios de la ciencia
personificada al bloc de notas. Los muchachos garrapateaban como locos.
Alto y más bien delgado, muy erguido, el director se adentró por la sala.
Tenía el mentón largo y saliente, y dientes más bien prominentes, apenas
cubiertos, cuando no hablaba, por sus labios regordetes, de curvas floreadas.
¿Viejo? ¿Joven? ¿Treinta? ¿Cincuenta? ¿Cincuenta y cinco? Hubiese sido difícil
decirlo. En todo caso la cuestión no llegaba siquiera a plantearse; en aquel año