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persecución, la liquidación y otros síntomas de fricción social, es preciso que los
                  aspectos positivos de la propaganda sean tan eficaces como los negativos. Los
                  más  importantes  Proyectos  Manhattan  del  futuro  serán  vastas  encuestas
                  patrocinadas  por  los  gobiernos  sobre  lo  que  los  políticos  y  los  científicos  que
                  intervendrán en ellas llamarán el problema de la felicidad; en otras palabras, el
                  problema de lograr que la gente ame su servidumbre. Sin seguridad económica,
                  el amor a la servidumbre no puede llegar a existir; en aras a la brevedad, doy por
                  sentado  resolver  el  problema  de  la  seguridad  permanente.  Pero  la  seguridad
                  tiende  muy  rápidamente  a  darse  por  sentada.  Su  logro  es  una  revolución
                  meramente superficial, externa. El amor a la servidumbre sólo puede lograrse
                  como  resultado  de  una  revolución  profunda,  personal,  en  las  mentes  y  los
                  cuerpos humanos. Para llevar a cabo esta revolución necesitamos, entre otras
                  cosas, los siguientes descubrimientos e inventos. En primer lugar, una técnica
                  mucho  más  avanzada  de  la  sugestión,  mediante  el  condicionamiento  de  los
                  infantes y, más adelante, con la ayuda de drogas, tales como la escopolamina.
                  En  segundo  lugar,  una  ciencia,  plenamente  desarrollada,  de  las  diferencias
                  humanas,  que  permita  a  los  dirigentes  gubernamentales  destinar  a  cada
                  individuo  dado  a  su  adecuado  lugar  en  la  jerarquía  social  y  económica.  (Las
                  clavijas  redondas  en  agujeros  cuadrados  tienden  a  alimentar  pensamientos
                  peligrosos sobre el sistema social y a contagiar su descontento a los demás). En
                  tercer lugar (puesto que la realidad, por utópica que sea, es algo de lo cual la
                  gente siente la necesidad de tomarse frecuentes vacaciones), un sustitutivo para
                  el alcohol y los demás narcóticos, algo que sea al mismo tiempo menos dañino y
                  más placentero que la ginebra o la heroína. Y finalmente (aunque éste sería un
                  proyecto  a  largo  plazo,  que  exigiría  generaciones  de  dominio  totalitario  para
                  llegar  a  una  conclusión  satisfactoria),  un  sistema  de  eugenesia  a  prueba  de
                  tontos, destinado a estandarizar el producto humano y a facilitar así la tarea de
                  los dirigentes. En Un mundo feliz esta uniformización del producto humano ha
                  sido  llevada  a  un  extremo  fantástico,  aunque  quizá  no  imposible.  Técnica  e
                  ideológicamente,  todavía  estamos  muy  lejos  de  los  bebés  embotellados  y  los
                  grupos  de  Bokanovsky  de  adultos  con  inteligencia  infantil.  Pero  por  los
                  alrededores del año 600 de la Era Fordiana, ¿quién sabe qué puede ocurrir? En
                  cuanto  a  los  restantes  rasgos  característicos  de  este  mundo  más  feliz  y  más
                  estable  —los  equivalentes  del  soma,  la  hipnopedia  y  el  sistema  científico  de
                  castas—, probablemente no se hallan más que a tres o cuatro generaciones de
                  distancia.  Ya  hay  algunas  ciudades  americanas  en  las  cuales  el  número  de
                  divorcios iguala al número de bodas. Dentro de pocos años, sin duda alguna, las
                  licencias  de  matrimonio  se  expenderán  como  las  licencias  para  perros,  con
                  validez  sólo  para  un  período  de  doce  meses,  y  sin  ninguna  ley  que  impida
                  cambiar de perro o tener más de un animal a la vez. A medida que la libertad
                  política y económica disminuye, la libertad sexual tiende, en compensación, a
                  aumentar. Y el dictador (a menos que necesite carne de cañón o familias con las
                  cuales colonizar territorios desiertos o conquistados) hará bien en favorecer esta
                  libertad. En colaboración con la libertad de soñar despiertos bajo la influencia
                  de los narcóticos, del cine y de la radio, la libertad sexual ayudará a reconciliar a
                  sus súbditos con la servidumbre que es su destino.
                        Sopesándolo todo bien, parece como si la Utopía se hallara más cerca de
                  nosotros  de  lo  que  nadie  hubiese  podido  imaginar  hace  sólo  quince  años.
                  Entonces,  la  situé  para  dentro  de  seiscientos  años  en  el  futuro.  Hoy  parece
                  posible que tal horror se implante entre nosotros en el plazo de un solo siglo. Es
                  decir, en el supuesto de que sepamos reprimir nuestros impulsos de destruirnos
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