Page 9 - El Príncipe
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adhieren todos los que sienten envidia del que es más fuerte entre ellos; de
                modo que el extranjero no necesita gran fatiga para ganarlos a su causa, ya
                que enseguida y de buena gana forman un bloque con el Estado invasor.

                Sólo  tiene  que  preocuparse  de  que  después  sus  aliados  no  adquieran
                demasiada  fuerza  y  autoridad,  cosa  que  puede  hacer  fácilmente  con  sus
                tropas,  que  abatirán  a  los  poderosos  y  lo  dejarán  árbitro  único  de  la
                provincia. El que, en lo que a esta parte se refiere, no gobierne bien perderá
                muy  pronto  lo  que  hubiere  conquistado,  y  aun  cuando  lo  conserve,
                tropezará con infinitas dificultades y obstáculos.
                   Los  romanos,  en  las  provincias  de  las  cuales  se  hicieron  dueños,

                observaron perfectamente estas reglas. Establecieron colonias, respetaron a
                los menos poderosos sin aumentar su poder, avasallaron a los poderosos y
                no permitieron adquirir influencia en el país a los extranjeros poderosos. Y
                quiero que me baste lo sucedido en la provincia de Grecia como ejemplo.
                Fueron  respetados  acayos  y  etolios,  fue  so-  metido  el  reino  de  los
                macedonios,  fue  expulsado  Antíoco,  y  nunca  los  méritos  que

                hicieronacayos o etolios los llevaron a permitirles expansión alguna ni las
                palabras de Filipo los indujeron a tenerlo corno amigo sin someterlo, ni el
                poder de Antíoco pudo hacer que consintiesen en darle ningún Estado en la
                provincia.  Los  romanos  hicieron  en  estos  casos  lo  que  todo  príncipe
                prudente debe hacer, lo cual no consiste simplemente en preocuparse de los
                desórdenes presentes, sino también de los futuros, y de evitar los primeros a
                cualquier precio. Porque previniéndolos a tiempo se pueden remediar con

                facilidad; pero si se espera que progresen, la medicina llega a deshora, pues
                la enfermedad se ha vuelto incurable. Sucede lo que los médicos dicen del
                tísico:  que  al  principio  su  mal  es  difícil  reconocer,  pero  fácil  de  curar,
                mientras que, con el transcurso del tiempo, al no  haber sido conocido ni
                atajado, se  vuelve fácil de conocer, pero difícil de curar.  Así  pasa en las
                cosas  del  Estado:  los  males  que  nacen  en  él,  cuando  se  los  descubre  a

                tiempo, lo que sólo es dado al hombre sagaz, se los cura pronto; pero ya no
                tienen remedio cuando, por no haberlos advertido, se los deja crecer hasta el
                punto de que todo el mundo los ve.
                   Pero  como  los  romanos  vieron  con  tiempo  los  inconvenientes,  los
                remediaron  siempre,  y  jamás  les  dejaron  seguir  su  curso  por  evitar  una
                guerra, porque sabían que una guerra no se evita, sino que se difiere para
                provecho ajeno. La declararon, pues, a Filipo y a Antíoco en Grecia, para

                no verse obligados a sostenerla en Italia; y aunque entonces podían evitarla
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