Page 80 - El Príncipe
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provocado, o no se habría producido. Y que lo dicho sea suficiente sobre la
necesidad general de oponerse a la fortuna.
Pero ciñéndome más a los detalles me pregunto por qué un príncipe que
hoy vive en la prosperidad, mañana se encuentra en la desgracia, sin que se
haya operado ningún cambio en su carácter ni en su conducta. A mi juicio,
esto se debe, en primer lugar, a las razones que expuse con detenimiento en
otra parte, es decir, a que el príncipe que confía ciegamente en la fortuna
perece en cuanto en cuanto ella cambia. Creo también que es feliz el que
concilia su manera de obrar con la índole de las circunstancias, y que del
mismo modo es desdichado el que no logra armonizar una cosa con la otra.
Pues se ve que los hombres, para llegar al fin que se proponen, esto es, a la
gloria y las riquezas, proceden en forma distinta: uno con cautela, el otro
con ímpetu; uno por la violencia, el otro por ]a astucia; uno con paciencia,
el otro con su contrario; y todos pueden triunfar por medios tan dispares. Se
observa también que, de dos hombres cautos, el uno consigue su propósito
y el otro no, y que tienen igual fortuna dos que han seguido caminos
encontrados, procediendo el uno con cautela y el otro con ímpetu: lo cual
no se debe sino a la índole de las circunstancias, que concilia o no con la
forma de comportarse. De aquí resulta lo que he dicho: que dos que actúan
de distinta manera obtienen el mismo resultado; y que de dos que actúan de
igual manera, uno alcanza su objeto y el otro no. De esto depende asimismo
el éxito, pues si las circunstancias y los acontecimientos se presentan de tal
modo que el príncipe que es cauto y paciente se ve favorecido, su gobierno
será bueno y él será feliz; mas si cambian, está perdido, porque no cambia
al mismo tiempo su proceder. Pero no existe hombre lo suficientemente
dúctil como para adaptarse a todas las circunstancias, ya porque no puede
desviarse de aquello a lo que la naturaleza lo inclina, ya porque no puede
resignarse a abandonar un camino que siempre le ha sido próspero. El
hombre cauto fracasa cada vez que es preciso ser impetuoso. Que si
cambiase de conducta junto con las circunstancias, no cambiaría su fortuna.
El papa Julio II se condujo impetuosamente en todas sus acciones, y las
circunstancias se presentaron tan de acuerdo con su modo de obrar que
siempre tuvo éxito. Considérese su primera empresa contra Bolonia, cuando
aun vivía Juan Bentivoglio. Los venecianos lo veían con desagrado, y el rey
de España deliberaba con el de Francia sobre las medidas por tomar; pero
Julio II, llevado por su ardor y su ímpetu, inició la expedición poniéndose él
mismo al frente de las tropas. Semejante paso dejó suspensos a España y a