Page 76 - El Príncipe
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hace hoy lo deshace mañana, que no se entiende nunca lo que desea o
intenta hacer y que no se puede confiar en sus determinaciones.
Por este motivo, un príncipe debe pedir consejo siempre, pero cuando él
lo considere conveniente y no cuando lo consideren conveniente los demás,
por lo cual debe evitar que nadie emita pareceres mientras no sea
interrogado. Debe preguntar a menudo, escuchar con paciencia la verdad
acerca de las cosas sobre las cuales ha interrogado y ofenderse cuando
entera de que alguien no se la ha dicho por temor. Se engañan los que creen
que un príncipe es juzgado sensato gracias a los buenos consejeros que
tiene en derredor y no gracias a sus propias cualidades. Porque ésta es una
regla general que no falla nunca un príncipe que no es sabio no puede ser
bien aconsejado y, por ende, no puede gobernar, a menos que se ponga bajo
la tutela de un hombre muy prudente que lo guíe en todo. Y aun en este
caso, duraría poco en el poder, pues el ministro no tardaría en despojarlo del
Estado. Y si pide consejo a más de uno, los consejos serán siempre
distintos, y un príncipe que no sea sabio no podrá conciliarlos. Cada uno de
los consejeros pensará en lo suyo, y él no podrá saberlo ni corregirlo. Y es
imposible hallar otra clase de consejeros, porque los hombres se
comportarán siempre mal mientras la necesidad no los obligue a lo
contrario. De esto se concluye que es conveniente que los buenos consejos,
vengan de quien vinieren, nazcan de la prudencia del príncipe y no la
prudencia del príncipe de los buenos consejos.