Page 84 - El Príncipe
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puede haber soldados más fieles, sinceros y mejores que los de uno. Y si
                cada uno de ellos es bueno, todos juntos, cuando vean que quien los dirige,
                los honra y los trata paternalmente es un príncipe en persona, serán mejores.

                Es,  pues,  necesario  organizar  estas  tropas  para  defenderse,  con  el  valor
                italiano, de los extranjeros. Y aunque las infanterías suiza y española tienen
                fama  de  temibles,  ambas  adolecen  de  defectos,  de  manera  que  un  tercer
                orden podría no sólo contenerlas, sino vencerlas. Porque los españoles no
                resisten  a  la  caballería,  y  los  suizos  tienen  miedo  de  la  infantería  que  se
                muestra tan porfiada como ellos en la batalla. De aquí que se haya visto y
                volverá  a  verse  que  los  españoles  no  pueden  hacer  frente  a  la  caballería

                francesa, y que los suizos se desmoronan ante la infantería española. Y por
                más que de esto último no tengamos una prueba definitiva, podemos darnos
                una  idea  por  lo  sucedido  en  la  batalla  de  Ravena,  donde  la  infantería
                española dio la cara a los batallones alemanes, que siguen la misma táctica
                que los suizos; pues los españoles, ágiles de cuerpo, con la ayuda de sus
                broqueles  habían  penetrado  por  entre  las  picas  de  los  alemanes  y  los

                acuchillaban  sin  riesgo  y  sin  que  éstos  tuviesen  defensa,  y  a  no  haber
                embestido la caballería, no hubiese quedado alemán con vida. Por lo tanto,
                conociendo los defectos de una y otra infantería, es posible crear una tercera
                que resista a la caballería y a la que no asusten los soldados de a pie, lo cual
                puede  conseguirse  con  nuevas  armas  y  nueva  disposición  de  los
                combatientes.  Y  no  ha  de  olvidarse  que  son  estas  cosas  las  que  dan
                autoridad y gloria a un príncipe nuevo.

                   No  se  debe,  pues,  dejar  pasar  esta  ocasión  para  que  Italia,  después  de
                tanto tiempo, vea por fin a su redentor. No puedo expresar con cuánto amor,
                con cuánta sed de venganza, con cuanta obstinada fe, con cuanta ternura,
                con cuántas lágrimas, sería recibido en todas las provincias que han sufrido
                el aluvión de los extranjeros. ¿Qué puertas se le cerrarían? ¿Qué pueblos
                negaríanle  obediencia?  ¿Qué  envidias  se  le  opondrían?  ¿Qué  italiano  le

                rehusaría su homenaje? A todos repugna esta dominación de los bárbaros.
                Abrace, pues, vuestra ilustre familia esta causa con el ardor y la esperanza
                con que se abrazan las causas justas, a, fin de que bajo su enseña la patria se
                ennoblezca y bajo sus auspicios se realice la aspiración de Petrarca:


                   La virtud tomará las armas contra el atropello,
                   el combate será breve,
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