Page 79 - El Príncipe
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Capítulo
Del poder de la fortuna de las cosas humanas y de
los medios para oponérsele
No ignoro que muchos creen y han creído que las cosas del mundo están
regidas por la fortuna y por Dios, de tal modo que los hombres más
prudentes no pueden modificarlas; y, más aún, que no tienen remedio
alguno contra ellas. De lo cual podrían deducir que no vale la pena fatigarse
mucho en las cosas, y que es mejor dejarse gobernar por la suerte. Esta
opinión ha gozado de mayor crédito en nuestros tiempos por los cambios
extraordinarios, fuera de toda conjetura humana, que se han visto y se ven
todos los días.
Y yo, pensando alguna vez en ello, me he sentido algo inclinado a
compartir el mismo parecer. Sin embargo, y a fin de que no se desvanezca
nuestro libre albedrío, acepto por cierto que la fortuna sea juez de la mitad
de nuestras acciones, pero que nos deja gobernar la otra mitad, o poco
menos. Y la comparo con uno de esos ríos antiguos que cuando se
embravecen, inundan las llanuras, derriban los árboles y las casas y
arrastran la tierra de un sitio para llevarla a otro; todo el mundo huye
delante de ellos, todo el mundo cede a su furor. Y aunque esto sea
inevitable, no obsta para que los hombres, en las épocas en que no hay nada
que temer, tomen sus precauciones con diques y reparos, de manera que si
el río crece otra vez, o tenga que deslizarse por un canal o su fuerza no sea
tan desenfrenada ni tan perjudicial. Así sucede con la fortuna, que se
manifiesta con todo su poder allí donde no hay virtud preparada para
resistirle y dirige sus ímpetus allí donde sabe que no se han hecho diques ni
reparos para contenerla. Y si ahora contemplamos a Italia, teatro de estos
cambios y punto que los ha engendrado, veremos que es una llanura sin
diques ni reparos de ninguna clase; y que si hubiese estado defendida por la
virtud necesaria, como lo están Alemania, España y Francia, o esta
inundación no habría provocado ]as grandes transformaciones que ha