Page 79 - El Príncipe
P. 79

25



                Capítulo


                Del poder de la fortuna de las cosas humanas y de

                los medios para oponérsele



                No ignoro que muchos creen y han creído que las cosas del mundo están
                regidas  por  la  fortuna  y  por  Dios,  de  tal  modo  que  los  hombres  más
                prudentes  no  pueden  modificarlas;  y,  más  aún,  que  no  tienen  remedio

                alguno contra ellas. De lo cual podrían deducir que no vale la pena fatigarse
                mucho  en  las  cosas,  y  que  es  mejor  dejarse  gobernar  por  la  suerte.  Esta
                opinión ha gozado de mayor crédito en nuestros tiempos por los cambios
                extraordinarios, fuera de toda conjetura humana, que se han visto y se ven
                todos los días.
                   Y  yo,  pensando  alguna  vez  en  ello,  me  he  sentido  algo  inclinado  a
                compartir el mismo parecer. Sin embargo, y a fin de que no se desvanezca

                nuestro libre albedrío, acepto por cierto que la fortuna sea juez de la mitad
                de  nuestras  acciones,  pero  que  nos  deja  gobernar  la  otra  mitad,  o  poco
                menos.  Y  la  comparo  con  uno  de  esos  ríos  antiguos  que  cuando  se
                embravecen,  inundan  las  llanuras,  derriban  los  árboles  y  las  casas  y
                arrastran  la  tierra  de  un  sitio  para  llevarla  a  otro;  todo  el  mundo  huye
                delante  de  ellos,  todo  el  mundo  cede  a  su  furor.  Y  aunque  esto  sea

                inevitable, no obsta para que los hombres, en las épocas en que no hay nada
                que temer, tomen sus precauciones con diques y reparos, de manera que si
                el río crece otra vez, o tenga que deslizarse por un canal o su fuerza no sea
                tan  desenfrenada  ni  tan  perjudicial.  Así  sucede  con  la  fortuna,  que  se
                manifiesta  con  todo  su  poder  allí  donde  no  hay  virtud  preparada  para
                resistirle y dirige sus ímpetus allí donde sabe que no se han hecho diques ni
                reparos para contenerla. Y si ahora contemplamos a Italia, teatro de estos

                cambios  y  punto  que  los  ha  engendrado,  veremos  que  es  una  llanura  sin
                diques ni reparos de ninguna clase; y que si hubiese estado defendida por la
                virtud  necesaria,  como  lo  están  Alemania,  España  y  Francia,  o  esta
                inundación  no  habría  provocado  ]as  grandes  transformaciones  que  ha
   74   75   76   77   78   79   80   81   82   83   84