Page 81 - El Príncipe
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los venecianos; y éstos por miedo, y aquélla con la esperanza de recobrar
todo el reino de Nápoles, no se movieron; por otra parte, el rey de Francia
se puso de su lado, pues al ver que Julio II había iniciado la campaña, y
como quería ganarse su amistad para humillar a los venecianos, juzgó no
poder negarle sus tropas sin ofenderlo en forma manifiesta. Así, pues, Julio
II, con su impetuoso ataque, hizo lo que ningún pontífice hubiera logrado
con toda la prudencia humana; porque si él hubiera esperado para partir de
Roma a tener todas las precauciones tomadas y ultimados todos los detalles,
como cualquier otro pontífice hubiese hecho, jamás habría triunfado,
porque el rey de Francia hubiera tenido mil pretextos y los otros amenazado
con mil represalias. Prefiero pasar por alto sus demás acciones, todas
iguales a aquélla y todas premiadas por el éxito, pues la brevedad de su vida
no le permitió conocer lo contrario. Que, a sobrevenir circunstancias en las
que fuera preciso conducirse con prudencia, corriera a su ruina, pues nunca
se hubiese apartado de aquel modo de obrar al cual lo inclinaba su
naturaleza.
Se concluye entonces que, como la fortuna varía y los hombres se
obstinan en proceder de un mismo modo, serán felices mientras vayan de
acuerdo con la suerte e infelices cuando estén en desacuerdo con ella. Sin
embargo, considero que es preferible ser impetuoso y no cauto, porque la
fortuna es mujer y se hace preciso, si se la quiere tener sumisa, golpearla y
zaherirla. Y se ve que se deja dominar por éstos antes que por los que
actúan con tibieza. Y, como mujer, es amiga de los jóvenes, porque son
menos prudentes y más fogosos y se imponen con más audacia.