Page 75 - El Príncipe
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                Capítulo


                Cómo huir de los aduladores



                No  quiero  pasar  por  alto  un  asunto  importante,  y  es  la  falta  en  que  con
                facilidad caen los príncipes si no son muy prudentes o no saben elegir bien.
                Me refiero a los aduladores, que abundan en todas las cortes. Porque los
                hombres se complacen tanto en sus propias obras, de tal modo se engañan,

                que  no  atinan  a  defenderse  de  aquella  calamidad;  y  cuando  quieren
                defenderse,  se  exponen  al  peligro  de  hacerse  despreciables.  Pues  no  hay
                otra manera de evitar la adulación que el hacer comprender a los hombres
                que no ofenden al decir la verdad; y resulta que, cuando todos pueden decir
                la verdad, faltan al respeto. Por lo tanto, un príncipe prudente debe preferir
                un  tercer  modo:  rodearse  de  los  hombres  de  buen  juicio  de  su  Estado,

                únicos a los que dará libertad para decirle la verdad, aunque en las cosas
                sobre las cuales sean interrogados y sólo en ellas. Pero debe interrogarlos
                sobre  todos  los  tópicos,  escuchar  sus  opiniones  con  paciencia  y  después
                resolver por si y a su albedrío. Y con estos consejeros comportarse de tal
                manera  que  nadie  ignore  que  será  tanto  más  estimado  cuanto  más
                libremente  hable.  Fuera  de  ellos,  no  escuchar  a  ningún  otro,  poner  en
                seguida en práctica lo resuelto y ser obstinado en su cumplimiento. Quien

                no procede así se pierde por culpa de los aduladores o, si cambia a menudo
                de parecer, es tenido en menos.
                   Quiero a este propósito citar un ejemplo moderno, Fray Lucas Rinaldi,
                embajador  ante  el  actual  emperador  Maximiliano,  decía,  hablando  de  Su
                Majestad, que no pedía consejos a nadie y que, sin embargo, nunca hacía lo
                que  quería.  Y  esto  precisamente  por  proceder  en  forma  contraria  a  la

                aconsejada. Porque el emperador es un hombre reservado que no comunica
                a nadie sus pensamientos ni pide pareceres; pero como, al querer ponerlos
                en  práctica,  empiezan  a  conocerse  y  descubrirse,  y  los  que  los  rodean
                opinan en contra, fácilmente desiste de ellos. De donde resulta que lo que
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