Page 75 - El Príncipe
P. 75
23
Capítulo
Cómo huir de los aduladores
No quiero pasar por alto un asunto importante, y es la falta en que con
facilidad caen los príncipes si no son muy prudentes o no saben elegir bien.
Me refiero a los aduladores, que abundan en todas las cortes. Porque los
hombres se complacen tanto en sus propias obras, de tal modo se engañan,
que no atinan a defenderse de aquella calamidad; y cuando quieren
defenderse, se exponen al peligro de hacerse despreciables. Pues no hay
otra manera de evitar la adulación que el hacer comprender a los hombres
que no ofenden al decir la verdad; y resulta que, cuando todos pueden decir
la verdad, faltan al respeto. Por lo tanto, un príncipe prudente debe preferir
un tercer modo: rodearse de los hombres de buen juicio de su Estado,
únicos a los que dará libertad para decirle la verdad, aunque en las cosas
sobre las cuales sean interrogados y sólo en ellas. Pero debe interrogarlos
sobre todos los tópicos, escuchar sus opiniones con paciencia y después
resolver por si y a su albedrío. Y con estos consejeros comportarse de tal
manera que nadie ignore que será tanto más estimado cuanto más
libremente hable. Fuera de ellos, no escuchar a ningún otro, poner en
seguida en práctica lo resuelto y ser obstinado en su cumplimiento. Quien
no procede así se pierde por culpa de los aduladores o, si cambia a menudo
de parecer, es tenido en menos.
Quiero a este propósito citar un ejemplo moderno, Fray Lucas Rinaldi,
embajador ante el actual emperador Maximiliano, decía, hablando de Su
Majestad, que no pedía consejos a nadie y que, sin embargo, nunca hacía lo
que quería. Y esto precisamente por proceder en forma contraria a la
aconsejada. Porque el emperador es un hombre reservado que no comunica
a nadie sus pensamientos ni pide pareceres; pero como, al querer ponerlos
en práctica, empiezan a conocerse y descubrirse, y los que los rodean
opinan en contra, fácilmente desiste de ellos. De donde resulta que lo que