Page 56 - El Príncipe
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inobservancia.  Se  podrían  citar  innumerables  ejemplos  modernos  de
                tratados  de  paz  y  promesas  vueltos  inútiles  por  la  infidelidad  de  los
                príncipes. Que el que mejor ha sabido ser zorro, ése ha triunfado. Pero hay

                que saber disfrazarse bien y ser hábil en fingir y en disimular. Los hombres
                son tan simples y de tal manera obedecen a las necesidades del momento,
                que aquel que engaña encontrará siempre quien se deje engañar.
                   No  quiero  callar  uno  de  los  ejemplos  contemporáneos.  Alejandro  VI
                nunca hizo ni pensó en otra cosa que en engañar a los hombres, y siempre
                halló oportunidad para hacerlo. Jamás hubo hombre que prometiese con mis
                desparpajo  ni  que  hiciera  tantos  juramentos  sin  cumplir  ninguno;  y,  sin

                embargo, los engaños siempre le salieron a pedir de boca, porque conocía
                bien esta parte del mundo.
                   No es preciso que un príncipe posea todas las virtudes citadas, pero es
                indispensable que aparente poseerlas. Y hasta me atreveré a decir esto: que
                el tenerlas y practicarlas siempre es perjudicial, y el aparentar tenerlas, útil.
                Está  bien  mostrarse  piadoso,  fiel,  humano,  recto  y  religioso,  y  asimismo

                serlo efectivamente; pero se debe estar dispuesto a irse al otro extremo si
                ello fuera necesario. Y ha de tenerse presente que un príncipe, y sobre todo
                un príncipe nuevo, no puede observar todas las cosas gracias a las cuales los
                hombres son considerados buenos, porque, a menudo, para conservarse en
                el poder, se ve arrastrado a obrar contra la fe, la caridad, la humanidad y la
                religión. Es preciso, pues, que tenga una inteligencia capaz de adaptarse a
                todas las circunstancias, y que, como he dicho antes, no se aparte del bien

                mientras pueda, pero que, en caso de necesidad, no titubee en entrar en el
                mal.
                   Por  todo  esto  un  príncipe  debe  tener  muchísimo  cuidado  de  que  no  le
                brote nunca de los labios algo que no esté empapado de las cinco virtudes
                citadas, y de que, al verlo y oírlo, parezca la clemencia, la fe, la rectitud y la
                religión  mismas,  sobre  todo  esta  última.  Pues  los  hombres,  en  general,

                juzgan más con los ojos que con las manos, porque todos pueden ver, pero
                pocos tocar. Todos ven lo que pareces ser, mas pocos saben lo que eres; y
                estos  pocos  no  se  atreven  a  oponerse  a  la  opinión  de  la  mayoría,  que  se
                escuda detrás de la majestad del Estado. Y en las acciones de los hombres,
                y  particularmente  de  los  príncipes,  donde  no  hay  apelación  posible,  se
                atiende a los resultados. Trate, pues, un príncipe de vencer y conservar el
                Estado,  que  los  medios  siempre  serán  honorables  y  loados  por  todos;

                porque el vulgo se deja engañar por las apariencias y por el éxito; y en el
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